domingo, 21 de septiembre de 2008

DIENTES LARGOS



Una amiga me puso los dientes largos cuando me contaba su viaje de este verano. Es verdad que disfruta con la narración porque planea con meticulosidad donde va, porque va donde quiere, y no donde la llevan las ofertas y los viajes organizados. Me gusta su forma de viajar y la admiro porque tiene la fortaleza de emprender esas aventuras por encima de todas las cosas.

Decía que me ponía los dientes largos porque viajó a América del Sur, pero lo más al sur posible hasta llegar al Cabo de Hornos, y esa es una parte del mundo que me encantaría conocer de primera mano, porque los que no somos como mi narradora de vivencias personales, tenemos que acudir a la lectura de aquellos textos nos transportan a remotos lugares donde se despliegan historias llenas de personas, sentimientos y todo lo que rodea al ser humano.

Para ir hasta estos remotos lugares he leído lo que ha escrito Francisco Coloane, que recomiendo, aunque se haya ido o se vaya a ir. No me resisto a colocar algo de este magnífico escritor poco conocido, creo, por esta parte del mundo.

alta roca se cortaba en una línea pareja inclinada hacia el mar. La sombra de su cumbre saliente rodaba una zona de claridad en las aguas.

Hubiera semejado un trozo de un mundo extraño, muerto, si en las pequeñísimas grietas, como escalones formados por capricho natural, millares de pájaros no estuvieran constantemente apiñados; balconeaban, cual habitantes de un curioso rascacielos, cuervos de mar, patos liles, caiquenes blancos, triles, albatros, gaviotas y palomas del cabo.

Un orden admirable guardaba esa "pajarera", que le había dado el nombre a la isla. En la parte de abajo, los pingüinos se aglomeraban con sus pechos de nieve y con su estúpida gravedad; seguían arriba los cuervos y patos liles con sus pazguaterías de mirones, escandalizándose por todo. En la parte alta, saliendo y llegando como a determinadas expediciones, las gaviotas y albatros ponían sus notas de lontananza.

De vez en cuando, un picotazo en la riña lanzaba al espacio a un cuervo que sostenía la caída con las alas; otro llegaba en vuelo recto dispuesto a abrirse un lugar; y se armaba un tumulto de alas, picos y graznidos.

"Donde hay gaviotas hay lobos, y donde hay lobos, pescados", había dicho el forastero. La corriente que se estrecha en esa parte y la ensenada guarecida y profunda de La Pajarera, eran la vía central del tráfico incesante de los habitantes del mar.

Así, la eterna lucha aparecía del fondo del mar cuando un lobo sacaba de un estirón el redondo cogote fuera de la superficie, mordiendo un robalo que se retorcía como un brazo blanco y espejeante.
Era un espectáculo escultórico del mar: la piel del lobo, reluciente y oscura, el cuello dilatado en formas vigorosas, las fauces de perro y de hombre, con sus bigotes destilantes cual trozos de cristal, apretando la cola del pez que se enroscaba y abofeteaba las quijadas ansiosas de la bestia.
"

Cabo de Hornos [fragmento]

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