domingo, 2 de octubre de 2011

LECTURAS: LA ACABADORA. MICHAELA MURGIA

Me he puesto delante de esta página en blanco para plasmar las impresiones que me ha dejado la lectura de La acabadora, Salamandra, 2011; novela de la escritora italiana Michela Murgia, y me cuesta arrancar porque es difícil asumir la naturalidad con la que los habitantes de un pueblo, pequeño, de Cerdeña aceptan el “trabajo” de la protagonista Bonaria Urrai. Bueno creo que llamar “trabajo” a lo que hace Bonaria. “Yo he sido la última madre que algunos han visto”, no se ajusta a la concepción que ella y sus convecinos tenía de su labor. La naturalidad con la que se acepta algo que escandaliza, que es tema de debate permanente y en muchos casos la prohibición de la elección es coartar la libertad del individuo.
            Ya, seguro que has pensado que en el párrafo anterior falta algo, pero voluntariamente he omitido el por qué de su nombre: La acabadora, aunque en realidad la vida se la ganaba como costurera y ya entrada en años adopta a una niña, que cuestionará lo de acabadora, así la novela es muy recomendable porque nos permite ver desde una óptica distinta algo que nos ocupa, hasta preocupa en algunos casos y es objeto de permanente controversia. Seguro lector que sabes de qué va la historia, pero permíteme que guarde el secreto, para que quien se acerque a la novela sin leer la contraportada descubra donde le lleva la lectura de la obra de Michaela Murgia.

            Les dejo con algunos párrafos y espero que sean sugerentes y disfruten la novela si deciden leerla.

            “No resultaba fácil calcular los años de la tía Bonaria por aquel entonces, pero eran años detenidos desde hacía tiempo, como si hubiera envejecido de golpe por decisión propia y luego se hubiera limitado a esperar pacientemente a que el tiempo la alcanzara con retraso. María, en cambio había llegado demasiado tarde incluso al vientre de su madre y de inmediato se había acostumbrado a ser la última preocupación de una familia que ya tenía demasiadas. Sin embargo, en casa de aquella mujer experimentaba la insólita sensación haberse vuelto importante. Cuando por la mañana dejaba a su espalda y apretaba la enciclopedia entre las manos camino al colegio, tenía la certeza de que, si se volvía, la encontraría allí, mirándola, apoyada contra el quicio como si sujetara las bisagras.” [Ob. cit. pág. 11]