Reconozco que no he leído nada del premio Nobel de literatura de este año. De Jean-Marie Gustave Le Clezio no conocía ni su cara, nada de su obra. Confieso públicamente mi ignorancia y como castigo prometo tirarme de lo alto de una moneda de un euro. Ahora no intento justificarme, pero a lo mejor no lo conocía porque tengo una afección como decía Javier Marías hace algunos domingos y esta afección que tengo yo, sí tiene nombre: “Leer sobre seguro”. Me han dicho que no es peligrosa si de vez en cuando leo sin red, es decir, sin saber qué leo, que compro un libro por su cubierta, por una recomendación de alguien que no es habitual que recomiende libros, en fin, sin el arnés de seguridad que te evite sustos, decepciones o pérdidas de tiempo, que es poco el que se tiene -ya he sobrepasado más del cincuenta por ciento de la esperanza de vida que me corresponde-.
Pues como leo sobre seguro a mis manos ha llegado la reedición de una obra de Philip Roth, Los hechos; Seix Barral, 2008. Les dejo un pequeño fragmento que creo que es interesante. Espero que les agrade.
En el péndulo de la autoexposición, que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría yo que ocupo una posición intermedia, tratando en plaza pública de resistirme tanto al cotilleo gratuito como al pavoneo, sin hacer del secreto y la reclusión un fetiche demasiado santo. De manera que ¿por qué reclamar ahora la visibilidad biográfica, sobre todo teniendo en cuenta que me educaron en la creencia de que la realidad independiente propia de la ficción es lo único verdaderamente importante, y que los escritores deben permanecer en la sombra?
Pues bien: digamos, iniciando ya la respuesta, que la persona a quien he pretendido hacerme visible aquí es, sobre todo, yo mismo. A partir de los cincuenta, uno empieza a necesitar maneras de hacerse visible a uno mismo. Llega el momento como me llegó a mí hace unos meses, en que se halla uno en tal estado de desamparo y confusión, que no logra comprender lo que otrora resultaba obvio: por qué hago lo que hago, por qué vivo donde vivo, por qué comparto mi vida con quien la comparto. La mesa del despacho se me había trocado en un lugar ajeno y espantable; y – a diferencia de otros momentos de mi vida anterior en que emprendí con toda energía el camino de la renovación, porque las antiguas tácticas habían dejado de funcionarme, tanto en los asuntos prácticos de la vida cotidiana, las dificultades a que todo el mundo tiene que enfrentarse, como en los problemas especializados en la escritura- llegué al convencimiento de que no iba a ser capaz de reconstruirme de nuevo. Lejos de sentirme capaz de reconstruirme, lo que percibía era que me estaba desmoronando (pág.12) [Philip Roth, Los Hechos; Seix Barral, 2008]
(Por cierto, mis alumnos de cuarto están leyendo la parte de su infancia y parce que les gusta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario