Enrique Moradiellos García (1956) publicó en noviembre de 2006 NEGRÍN, una biografía de la figura más difamada de la España del siglo XX, [Ed. Península]. La obra extensa, documentada y perfectamente estructurada desmonta uno tras otro los distintos "andamiajes" que contra su persona se montaron desde las filas fascistas y desde el propio republicanismo. Moradiellos recoge: "Como último presidente constitucional del Gobierno de la República en plena contienda civil, el doctor Negrín se convirtió en la figura histórica que más plenamente encarnó el esfuerzo bélico del bando vencido en la contienda fratricida española. Tanto en el plano interior como en la dimensión internacional. y fue así por varias razones entre las cuales cabría destacar una principal aducida poco antes de morir fusilado por uno de sus colaboradores y correligionarios, Julián Zugazagoitia, ex-director del diario El Socialista y ministro de Gobernación en 1937-1938. En el libro de memorias y recuerdos terminado en París en 1940 con anterioridad a su captura y entrega por la Gestapo alemana a España para su juicio y ejecución, Zugazagoitia advertía contra la "injusticia histórica" de personificar "culpas colectivas" en líderes individuales. Y añadía: "esa misma injusticia histórica vendrá a encarnizarse, cuando la guerra se haya perdido, con Negrín". Recordaba así unas palabras pronunciadas por el presidente en plena contienda: Si me toca perder la guerra se podrá de mí de todo, menos que soy yo quien tiene responsabilidades en su desencadenamiento. Esto es de la cuenta de otras personas. ¡Allá los que no supieron ver lo que estaba a la vista!" [La confesión de Negrín y el juicio de Zugazagoitia en la obra de éste: Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Tusquets, 2003; pp. 33 y 67]
NEGRÍN, una biografía de la figura más difamada de la España del siglo XX, [Ed. Península, 2006] pp.14-15
REPORTAJE: EL ARCHIVO SECRETO DE NEGRÍN
La última palabra de Juan Negrín
NATALIA JUNQUERA 16/11/2008
Hace 52 años murió en París un hombre tan deprimido que pidió que en su lápida no escribieran su nombre. Se llamaba Juan Negrín López y había sido el último jefe de Gobierno de la II República española. Sólo su hijo Rómulo y dos amigos íntimos asistieron al entierro. Nadie más acudió porque aquel hombre derrotado que quiso pasar eternamente desapercibido también había dado instrucciones a su familia para que esperara 48 horas antes de comunicar su fallecimiento. En su casa, el dirigente republicano más controvertido había dejado a medias unas memorias iniciadas muchos años atrás, y decenas de documentos que desmontaban muchas de las leyendas negras que vencedores y vencidos habían vertido sobre él y que provocaron su expulsión del partido socialista. Su nieta, Carmen Negrín, ha enseñado a EL PAÍS ese archivo con dos condiciones: que no se revele la ciudad donde está -"Por razones de seguridad. Podrían venir a robarlo, o a quemarlo, quién sabe"- y que la referencia sea Archivo J. N. L. "Sólo J. N. L.", insistió. Son las tres únicas letras que se leen en la lápida de Juan Negrín López.
En el sótano de una casa de varios pisos, bajando unas escaleras y al final de unas galerías abovedadas que recuerdan a los refugios de guerra de las películas, cerrado con llave, está el Archivo J. N. L. Hay múltiples paquetes de documentos. Uno atado con un lazo de los colores de la República en el que se lee "Reservado". Otros muchos envueltos en papel de periódico de 1939. Dentro, documentación oficial, correspondencia personal, textos y fotografías que Juan Negrín (Las Palmas, 1892-París, 1956) quiso conservar durante toda su vida. Y cientos de libros: en idiomas muy diferentes -"El abuelo hablaba diez", presume Carmen Negrín. "Cuando murió, en 1956, estaba aprendiendo chino y árabe porque decía que eran los idiomas del porvenir", añade-. Los libros no son novelas. Hay decenas de tomos sobre Política exterior en la prensa franquista, espionaje y manuales para traducir mensajes cifrados -"De pequeños, a mi hermano y a mí nos fascinaban las historias de tinta invisible que nos contaba"-.
Y entre todo eso, documentos que prueban que el envío del oro de la República a Moscú no fue un capricho de Negrín para complacer a los rusos, como le acusó un sector del partido socialista, sino una decisión del Consejo de Ministros del 6 de octubre de 1936. O que aquel esfuerzo titánico, nunca comprendido por su ministro de Defensa, Indalecio Prieto, de resistir hasta el final de la guerra, obedecía a la información que le transmitían desde Alemania antiguos compañeros de estudios sobre la inminencia de una Segunda Guerra Mundial y su convencimiento de que, en esa lucha de las democracias contra el fascismo, las potencias que no habían querido ayudarle a luchar contra Franco, convertidas en aliadas, les harían vencedores. [+]
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