sábado, 8 de noviembre de 2008

LAS CIUDADES




Marco Polo describe un puente, piedra a piedra.

-¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? –pregunta Kublai Jan.

-El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla –responde Marco-, sino por la línea del arco que ellas forman.

Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:

-¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.

Polo responde: -Sin piedras no hay arco.

Como leo sobre seguro, hoy después de sufrido con lo del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife estuve releyendo a Italo Calvino y sus ciudades invisibles y por eso no me resisto a dejarles algunas muestras de sus escritos. La ciudad es un tema que me apasiona porque es junto con el dinero la creación humana más grande, más impresionante, y por eso este libro es de los de cabecera, de los releer.

LAS CIUDADES Y LOS OJOS

Al llegar a Fílides te complaces en observar cuántos puentes distintos unos de otros cruzan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o rosetones; cuántas clases de pavimentos cubren el suelo: guijarros, lastrones, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por encima de los muros de la fortaleza, las estatuas de las tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. “Feliz quien tiene todos los días a Fílides delante de los ojos y no termina de ver las cosas que contiene”, exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla rozado apenas con la mirada.

Puede ocurrir en cambio que te detengas en Fílides y pases allí el resto de tus días. Rápidamente la ciudad se destiñe ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cúpulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas en zigzag de una calle a otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allí una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no prestas atención. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es un espacio donde se dibujan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el camino más corto para llegar al tenderete de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos persiguen no lo que está fuera de tus ojos, sino lo que está dentro sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre, es porque por él pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, o sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas donde estaba.

Millones de ojos se alzan hasta las ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.

Italo Calvino, Las Ciudades Invisibles; Ed. Siruela, 1996

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