Todos o casi todos nos unimos en la alegría por la liberación de los secuestrados por las Farc, aunque Héctor Abad, dice que siete amargados no; pues será cierto. Él conoce mejor que muchos, entre ellos yo, la realidad colombiana y el dolor producido por el terrorismo. Su padre murió, asesinado en la calle, por los disparos de alguien que pensaba que arreglaba algo con la muerte de un semejante, como escritor y periodista ha estado amenzado de muerte y ha tenido que fijar su residencia fuera de Colombia durante algún tiempo.
Pues como conoce esa realidad colombiana traigo su artículo publicado en El espectador.
Por: Elespectador.comPues como conoce esa realidad colombiana traigo su artículo publicado en El espectador.
Héctor Abad Faciolince | 5 Julio 2008 - 4:20am
EN OTRA PARTE DE ESTE PERIÓDICO celebro —como todo el mundo, salvo siete amargados— la brillante operación con que las Fuerzas Armadas liberaron a un buen grupo de personas secuestradas por las Farc, catorce hombres y una mujer.
También a mí se me aguaron los ojos de felicidad al ver los abrazos entre los liberados y sus familiares, y al oír las conmovedoras palabras de Íngrid. Pero esa agua en los ojos no me nubló la vista, ni me tapó los oídos, y en medio de la alegría también pude ver los lados risibles que hubo en los festejos del miércoles por la tarde, en medio de la felicidad sin límites. Empiezo repitiendo lo que dijo por radio la hermana de uno de los militares liberados: “Fulano de tal (omito el nombre para no ofenderlo) llevaba más de diez años secuestrado. En Catam lo están esperando sus tres hijos, Zutanito de 15, Menganita de 12, y el menor, que va a cumplir siete años ahora en septiembre”. ¿Cómo lo habrá fecundado el militar? ¿Desde lejos, como el Espíritu Santo? ¿O será que las Farc —contra todo lo que se ha informado— sí permitían visitas conyugales? ¿O más bien habrá sido un milagro más de la Virgen María? No sé, no quiero pensar en un abnegado marido sustituto. Todo podría reducirse a un lapsus de la hermana del militar. Pero sigamos con la Virgen María. A la hora del almuerzo, cuando todos esperábamos que el Presidente comentara algo sobre la exitosa operación de rescate, la totalidad de los canales y las emisoras de radio lo persiguieron hasta un hospital que iba a inaugurar. ¿Dijo algo del asunto? No, generosamente le cedió la pantalla entera a su ungido, el ministro Santos, y le ordenó a una periodista sumisa que rezara dos padrenuestros y tres avemarías. Mientras todos queríamos oír noticias del operativo, el Presidente entonaba con devoción, “bendita tú eres entre todas las mujeres”. Y una vez pasado el rezo público, hizo que el capellán les echara agua bendita en la cabeza, a él y a los ministros, como si los estuvieran volviendo a bautizar. Ya sé que algunos se van a ofender si también comento lo siguiente con escepticismo. Ya sé que parezco un anticlerical del siglo 18, pero es que perdónenme, ¿no les pareció siquiera un tris absurda la arrodillada de Íngrid? Es decir, yo la entiendo. Uno en esas condiciones inhumanas se pega de cualquier cosa, y la religión —cualquier religión— es muy útil en los momentos de extrema humillación, desespero y soledad. Es comprensible. Así como un secuestrado musulmán se encomienda a Alá, pues Alá es el que hace los milagros en Arabia, aquí los creyentes se encomiendan a la Virgen, que es la que los hace por acá. Pero digo: más de seis años en la selva, varios compañeros de cautiverio muertos de enfermedad o fusilados por las Farc, ¿y uno le agradece a la Virgen el milagro de que uno no se murió? Un poquito egoísta la salvada, y preferidora la Virgen. Y además incomprensible la lentitud de la Virgen para atender a los ruegos de sus devotos (seis, ocho, diez años). Es triste que la genial liberación que se inventaron algunos coroneles inteligentes, mediante este nuevo caballo de Troya en forma de helicóptero, quede reducida a un milagro. Es como con los cirujanos. Se muere el paciente: ¡maldito médico! Se salva: ¡gracias a Dios! Aunque ese misterio ya lo explicó Uribe, al improvisarse teólogo en la rueda de prensa nocturna: “Fue un milagro de Dios realizado por medio del Ejército”. ¿No hubiera sido más fácil, por ejemplo, que Dios les mandara la enfermedad del sueño a todos los guerrilleros de las Farc, durante cuatro días y tres noches, de manera que los cientos de cautivos, no sólo quince, se pudieran volar? Dios es muy raro: necesita ejércitos terrestres para hacer sus milagros, con el ejército de ángeles que tiene, y que podrían amarrar con cuerdas celestes las manos de los secuestradores en un santiamén. De Dios pasemos al recién endiosado, al dueño de la Patria con mayúsculas. Dijo algún general, en la euforia del triunfo, en la base de Catam: “Este operativo contó con la bendición, no sólo de Dios, sino también del presidente Uribe”. No sólo de Dios, también se requirió el permiso del semidiós. Como los emperadores egipcios, que no eran sólo reyes, sino también dioses, y por eso no se pudrían en sus tumbas de las pirámides, y todavía los podemos ver en el sueño eterno de sus momias incorruptibles. En fin, todos estamos felices con esta liberación. Yo también. Tan feliz como ustedes. Pero doña Yolanda arrodillada, que casi no se puede levantar, y las invocaciones de Íngrid a la Santísima Virgen (en esta su tierra del Sagrado Corazón, pero también en su Francia de Diderot, Voltaire y la Revolución), y esta extraña teoría de los milagros selectivos de Dios (que a unos soldados los salva y a otros los mata), y las avemarías del señor Presidente, perdónenme, todo esto, me parece, en medio de la inmensa alegría, una gran ridiculez.
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http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/hector-abad-faciolince/columna-patria-del-avemaria
También a mí se me aguaron los ojos de felicidad al ver los abrazos entre los liberados y sus familiares, y al oír las conmovedoras palabras de Íngrid. Pero esa agua en los ojos no me nubló la vista, ni me tapó los oídos, y en medio de la alegría también pude ver los lados risibles que hubo en los festejos del miércoles por la tarde, en medio de la felicidad sin límites. Empiezo repitiendo lo que dijo por radio la hermana de uno de los militares liberados: “Fulano de tal (omito el nombre para no ofenderlo) llevaba más de diez años secuestrado. En Catam lo están esperando sus tres hijos, Zutanito de 15, Menganita de 12, y el menor, que va a cumplir siete años ahora en septiembre”. ¿Cómo lo habrá fecundado el militar? ¿Desde lejos, como el Espíritu Santo? ¿O será que las Farc —contra todo lo que se ha informado— sí permitían visitas conyugales? ¿O más bien habrá sido un milagro más de la Virgen María? No sé, no quiero pensar en un abnegado marido sustituto. Todo podría reducirse a un lapsus de la hermana del militar. Pero sigamos con la Virgen María. A la hora del almuerzo, cuando todos esperábamos que el Presidente comentara algo sobre la exitosa operación de rescate, la totalidad de los canales y las emisoras de radio lo persiguieron hasta un hospital que iba a inaugurar. ¿Dijo algo del asunto? No, generosamente le cedió la pantalla entera a su ungido, el ministro Santos, y le ordenó a una periodista sumisa que rezara dos padrenuestros y tres avemarías. Mientras todos queríamos oír noticias del operativo, el Presidente entonaba con devoción, “bendita tú eres entre todas las mujeres”. Y una vez pasado el rezo público, hizo que el capellán les echara agua bendita en la cabeza, a él y a los ministros, como si los estuvieran volviendo a bautizar. Ya sé que algunos se van a ofender si también comento lo siguiente con escepticismo. Ya sé que parezco un anticlerical del siglo 18, pero es que perdónenme, ¿no les pareció siquiera un tris absurda la arrodillada de Íngrid? Es decir, yo la entiendo. Uno en esas condiciones inhumanas se pega de cualquier cosa, y la religión —cualquier religión— es muy útil en los momentos de extrema humillación, desespero y soledad. Es comprensible. Así como un secuestrado musulmán se encomienda a Alá, pues Alá es el que hace los milagros en Arabia, aquí los creyentes se encomiendan a la Virgen, que es la que los hace por acá. Pero digo: más de seis años en la selva, varios compañeros de cautiverio muertos de enfermedad o fusilados por las Farc, ¿y uno le agradece a la Virgen el milagro de que uno no se murió? Un poquito egoísta la salvada, y preferidora la Virgen. Y además incomprensible la lentitud de la Virgen para atender a los ruegos de sus devotos (seis, ocho, diez años). Es triste que la genial liberación que se inventaron algunos coroneles inteligentes, mediante este nuevo caballo de Troya en forma de helicóptero, quede reducida a un milagro. Es como con los cirujanos. Se muere el paciente: ¡maldito médico! Se salva: ¡gracias a Dios! Aunque ese misterio ya lo explicó Uribe, al improvisarse teólogo en la rueda de prensa nocturna: “Fue un milagro de Dios realizado por medio del Ejército”. ¿No hubiera sido más fácil, por ejemplo, que Dios les mandara la enfermedad del sueño a todos los guerrilleros de las Farc, durante cuatro días y tres noches, de manera que los cientos de cautivos, no sólo quince, se pudieran volar? Dios es muy raro: necesita ejércitos terrestres para hacer sus milagros, con el ejército de ángeles que tiene, y que podrían amarrar con cuerdas celestes las manos de los secuestradores en un santiamén. De Dios pasemos al recién endiosado, al dueño de la Patria con mayúsculas. Dijo algún general, en la euforia del triunfo, en la base de Catam: “Este operativo contó con la bendición, no sólo de Dios, sino también del presidente Uribe”. No sólo de Dios, también se requirió el permiso del semidiós. Como los emperadores egipcios, que no eran sólo reyes, sino también dioses, y por eso no se pudrían en sus tumbas de las pirámides, y todavía los podemos ver en el sueño eterno de sus momias incorruptibles. En fin, todos estamos felices con esta liberación. Yo también. Tan feliz como ustedes. Pero doña Yolanda arrodillada, que casi no se puede levantar, y las invocaciones de Íngrid a la Santísima Virgen (en esta su tierra del Sagrado Corazón, pero también en su Francia de Diderot, Voltaire y la Revolución), y esta extraña teoría de los milagros selectivos de Dios (que a unos soldados los salva y a otros los mata), y las avemarías del señor Presidente, perdónenme, todo esto, me parece, en medio de la inmensa alegría, una gran ridiculez.
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