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Hacía ya bastantes días que el invierno había caído sobre la Fortaleza cuando en el orden del día, fijada en su marquito sobre un muro del patio, se leyó una extraña comunicación.
“Deplorables alarmas y falsos rumores –estaba escrito-. Basándome en concretas disposiciones del Mando superior, invito a suboficiales, clases y soldados a no dar crédito, repetir, o en cualquier caso difundir voces de alarma, desprovistas d todo fundamento, sobre presuntas amenazas de agresión contra nuestros confines. Estos rumores amén, de inoportunos por obvios motivos disciplinarios, pueden perturbar las normales relaciones de buena vecindad con el estado limítrofe y difundir entre la tropa inútiles nerviosismos, nocivos para la marcha del servicio. Deseo que la vigilancia por parte de los centinelas se desarrolle con los medios normales, y sobre todo que no se recurra a los instrumentos ópticos no previstos en los reglamentos y que, a menudo usados sin discernimiento, dan fácilmente ocasión a errores y falsas interpretaciones. Quienquiera que posea tales instrumentos deberá notificarlo al respectivo Mando de sección, el cual procederá a retirar los propios instrumentos y a tenerlos bajo su custodia”.
Dino Buzzzati, El desierto de los Tártaros; Literatura Alianza, 1990. Pág. 202
Creo que es una fábula excepcional donde seguridad y libertad, elementos contrapuestos no mantienen el equilibrio y la estrechez de mira hace que se cambie libertad por seguridad como consecuencia del miedo, tan de actualidad. Recomendable
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