Cuando cada día leemos las noticias que llegan de la República del Congo la capacidad de asombro tiene que ensancharse un poco más para dar cabida a los dislates con los que nos sorprende la actualidad. De este presente tan disparatado se pueden sacar muchas conclusiones en las que siempre encontraremos un denominador común: su pasado, y para entenderlo en su justa medida nos tenemos que remontar al siglo XIX en el que las potencias europeas se repartieron África, como el que se reparte una tarta, eso sí de forma proporcional al peso de cada una de aquellas potencias en el contexto decimonónico en el que se hizo.
Mario Vargas Llosa en su artículo La aventura colonial, publicado en El País, domingo 28 de diciembre de 2008, repasa el proceso de colonización y la singularidad que tuvo la presencia belga –la del rey Leopoldo- en estas tierras y cómo sin ser una potencia europea fue capaz de administrar un territorio que era ochenta veces la superficie de Bélgica. El interés de Vargas Llosa por este tema no es nuevo, y ya en 1998 firma el prólogo de la obra de Adam Hochschild, El fantasma del rey Leopoldo, (Codicia, terror y heroísmo en el África colonial), editado por Península-Atalaya. En ese prólogo Vargas Llosa decía:
Es una gran injusticia histórica que Leopoldo II, el rey de los belgas que murió en 1909, no figure con Hitler y Stalin, como uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX. Porque lo que hizo en África, durante los veintiún años que duró el llamado Estado Libre del Congo (1885 a 1906) fraguado por él, equivale, en salvajismo genocida e inhumanaidad, a los horrores del Holocausto y del Gulag. A quienes creen que exagero, y al resto del mundo, ruego que lean a Nearl Ascherson (The King Incorporated: Leopold the Second in the Age of Trusts) o un libro más reciente, publicado en Estados Unidos el año pasado y que un feliz azar puso en mis manos, El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild. Así tendrán una noción más concreta y gráfica de los estragos del colonialismo y serán más comprensivos cuando se escandalicen con la anarquía crónica y los galimatías políticos en que se debate buen número de repúblicas africanas.
[…] El estudio de Hochschild muestra que, con ser tan vertiginosamente horrendos los crímenes y torturas infligidos a los nativos, acaso el daño más profundo y durable que se les hizo consistió en la destrucción de sus instituciones, de sus sistemas de relación, de sus usos y tradiciones, de su dignidad más elemental.
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