De un tirón he leído Diarios, 1984-1989 de Sándor Márai; Salamandra, noviembre de 2008. Sí de un tirón porque por un lado su lectura me apasiona en extremo hasta el punto, no sólo de no dormir, sino de abandonar cualquier otra lectura; y en segundo lugar porque al ver que estaba sufriendo tanto, deseaba que terminara ya, que se pegara un tiro, no porque fuera ese mi deseo, sino porque sabía que ese era su fin, elegido, y prolongar la angustia no creo que le aportara nada positivo. Ya había pasado de vivir a existir y eso no entraba dentro de sus cálculos. No aceptaba esa forma de pasar los días sin que hubiera contenido que los llenara.
Sufrió mucho en los últimos años de su vida, murió con 89 años. Sufrió, porque en esos últimos años perdió a su esposa a la que siempre estuvo unido. La vio sufrir en una lenta agonía, que le llevó a decir: “Qué lento muero”, expresión que le quedó grabada a Márai y que repite en varias ocasiones. La lucidez de sus textos y cómo pasó sus últimos años hacen recomendable esta obra y de camino todas sus novelas; así que me permito reproducir algunas de las anotaciones que hizo en este diario donde se comprueba, anotación tras anotación que la vejez es dura, muy dura
18 de marzo [1984]
Hoy hace cuarenta años que celebramos una cena en mi casa de la calle Mikó con ocasión de mi santo. Por entonces la vida seguía tranquilamente su curso: teníamos dos criadas y vivíamos en un piso grande. Se puso la mesa como corresponde a los tiempos de paz, con la plata y la porcelana; todo como debe ser. Los invitados se marcharon y quedó la familia: mi madre, la tía Juli, mi cuñado Gyuszi, mi cuñada Tuci y Alice Madách. Mis hermanos vivían aún. Pero esa misma noche las tropas nazis ocuparon Budapest. Todo quedó roto: la vida, el trabajo, Hungría, el viejo orden y también el desorden. Una ruptura total. Yo tenía cuarenta y cuatro años, acababa de salir de una grave enfermedad. Dos semanas más tarde fuimos a vivir a Leányfalu, al exilio, con perros y criadas. Empezó el bombardeo de Budapest; el último día de sitio la casa sufrió treinta y seis cañonazos y explosiones de bomba; resultado: destrucción completa. La mitad de mi vida se quedó allí. Entonces empezó el segundo round: la peregrinación a través de varios continentes. Hoy hace cuarenta años que se destruyó el yo que fui y cobró forma ese otro que soy en la actualidad. El mismo que ahora se desmorona.
21 de mayo [1985]
¿Qué puede aportarme la vejez, aparte de la mera existencia? Nada. Comprendo lo que anticipan su fin.
6 de julio [1985]
Es el primer día que L. [su esposa] sale a la calle después de tres meses. Todo este tiempo de atenciones constantes ha dado resultado: no le ha costado caminar. Sin embargo, su capacidad visual no ha mejorado, de hecho anda casi a ciegas. Yo mismo voy tambaleándome, la vista del ojo con glaucoma empeora, y el otro tampoco tiene fuerza. Así vivimos: en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Ha llegado el tiempo de las privaciones, cuando uno lo deja todo sin sentir la pérdida.
20 de julio [1985]
Me gustaría sentir nostalgia por algo… por un paisaje, por un viaje, por una ciudad, por alguien. Pero ya no puedo permitirme el lujo de ser nostálgico. ¡Me basta con ser!
28 de marco [1988]
La muerte no constituye un problema. El hecho de morir, sí.
18 de mayo [1988]
Vivo totalmente solo, es decir, no me aburro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario