Jueves por la noche después de una larga jornada de trabajo –sesión doble de mañana y tarde-noche por ampliación de jornada- llego a casa con ganas de quitarme los zapatos, lo primero y cenar –platito de potaje de berros, queso para acompañar y tortilla, fruta y listo para descansar un rato antes de ir a la cama. Enciendo la televisión para ver lo que hay por esos canales de aburrimiento. En la 2 de televisión española me encuentro con una voz de un cantante de mi juventud, Roberto Carlos, irreconocible por las composturas faciales, pero su voz sigue igual, el gato sigue azul y triste, cuenta con el mismo número de amigos, un millón, y otros temas que me suenan cuando comienzan los primeros compases. Es él, me quedo, no sigo con los saltos de canal en canal para ver que puedo encontrar. Ya había comenzado cuando llegué el recital que dio en Miami en mayo de 2007, pero aun así me quedo, y mientras escucho cierro los ojos, un poco por la modorra después de la cena, pero también para recordar y me llegan imágenes de otra época, de otros momentos que pasaron y no volverán, porque no somos los mismos. En fin me gustó el ratito de compañía de Roberto Carlos. Fue una grata sorpresa. Como me gustó lo cuento.
Un millón de amigos
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