Desde
hace algunos días estaba intentando sentarme a escribir un rato sobre libros
que leo, no piensen que hago crítica literaria, sólo leo y cuento lo que de
esas lecturas extraigo, pero hace algo más de quince días se convocó una
huelga, otras más, para rechazar en la calle la nueva reforma/contrarreforma
del ministro Wert, y como es costumbre me sumé a la misma. No está escrito en
ningún lado, pero en cada ocasión que se atenta contra la enseñanza pública o
me meten la mano en el bolsillo para depauperar más, si cabe, mi salario allí
estoy yo, de esta manera contribuyo con la consiguiente deducción a la apertura
de los colegios en verano, la “inmersión en inglés” prometida, aunque no se
sustituya a los profesores de baja, curiosamente de inglés.
Con poco ánimo me fui a Weyler, allí
arrancaba la manifestación, para ver las caras de siempre, con más arrugas, más
michelines y canas, pero casi los mismos, salvo los que han sacado pasaporte
para el más allá. Algún jubilado había, pero escasos en número. En fin, lo
dicho allí de nuevo, pocos, pero no cobardes, aunque antes me fui a la
presentación del nuevo libro de Miguel Ángel Aguilar, Españacontra pronóstico, Aguilar, 2013 en el Parlamento de Canarias. Este
acto acabó con mis esperanzas porque la patética presentación de Antonio Castro
Cordobez me llevó a la conclusión de que debo querer más a mi perro, que no
tengo.
El maestro, Miguel Ángel Aguilar
mantuvo el tipo, no se sonrió ante la ignorancia manifiesta del Presidente del
Parlamento y en una síntesis muy breve aludió a su independencia: “no manda a
necios, ni sirve a pícaros”, a la necesidad de un periodismo libre, combativo y
alejado de la sombra del poder y un repaso-recordatorio de lo frágil que es eso
de la libertad y la democracia y cómo hay que hacer un esfuerzo permanente para
mantenerla a salvo.
Bueno, algo es algo, me queda el
alivio de que se puede tener confianza en parte del género humano, pero siempre
al acecho frente a estos vaivenes y retrocesos en los logros alcanzados.
Para terminar y aclarar lo del poco
ánimo con el que bajé de casa tengo que decir que en esos días estaba leyendo
una novela de Rafael Chirbes, La Larga marcha, 1996; Anagrama, que
ambientada en la posguerra estaba aplanando mi ánimo y sus páginas del pasado
son premonitorias de un futuro, y no digo que lleguemos a una situación de
violencia, de enfrentamiento como sucedió en el 36, pero Chirbes dice lo que
sigue: “¿Verdad que los médicos no renuncian a curar a un niño enfermo
pensando que, al fin y al cabo, se acabará muriendo, y que así le van a evitar
sesenta o setenta años de sufrimiento inútiles? No, sino que lo curan de las
primeras anginas, y luego de paperas, y acaban dándole medicinas y poniéndole
sondas cuando tiene setenta años. Total, para que al fin se acabe muriendo.
Bueno, pues la política es lo mismo. Los ciudadanos tenemos que curar y operar
y poner sondas, aun a sabiendas que siempre triunfa el mal, que el poder acude
por naturaleza a los peores”.
En fin, que el pesimismo no cunda,
pero lean a Chirbes, merece la pena, eso creo, y que la marejada que se lleva
lo público acabe de una vez.
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