Seguro que en más de una ocasión hemos usado esta expresión para denominar el estado en el que estamos por no poder poseer o tener acceso a algo, generalmente intangible. Si en hemos usado esa expresión, o no, seguro que alrededor de ella hemos oído: “no hay envida sana”, sólo hay envidia.
Leyendo el prólogo de los cuentos de Rodolfo Enrique Fogwill (1941), editados por Alfagura, Octubre de 2009. Elvio E. Gandolfo, creo que explica muy bien eso que consideramos envidia sana. Gandolfo dice: “ Casi todo escritor, o más bien narrador, vive en la nostalgia de la música, de la pintura, del cine, del mundo creativo que uno no domina, y que se le parece aparece como más brillante, logrado, seguro y espectacular que el lápiz y el papel o la computadora. Fogwill vive su nostalgia de la música (alta, culta) y de la pintura…” [ob. cit. pág. 10]
Pues esa pena de verse ausente, más que la tristeza de una dicha perdida es lo que siento cuando leo cosas que me emocionan, cuando escucho música, algo que me parece algo superior su creación y casi tanto su interpretación. Igual sensación que cuando contemplo una pintura, una fotografía, una película, o cualquier obra que sea la expresión de los sentimientos, pasiones, deseos de su autor y siento esa nostalgia o envidia sana, no sé cómo llamarla, pero que me hace mirar a sus creadores desde cierta pequeñez. No es complejo, es realidad.
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