El viaje caribeño de Paulino Rivero, presidente del la Comunidad autónoma canaria le devolvió a la isla lleno de vigor, fuerza y una dosis importante de populismo. Es lo que tiene viajar a Cuba, dice que a algunos se les sube el contenido populista hasta unos límites insospechados.
Pues su regreso se caracterizó por su enfrentamiento con Unelco-Endesa a causa del último apagón en la isla de Tenerife, “cero energético”, ahí es nada. Pues eso, lleno de fortaleza caribeña y con verbo, pobre, la verdad llamó a una reunión a los dirigentes de la empresa eléctrica. Por sus palabras, pocas y modos, feos, se asemejaba más a un matón de barrio que al presidente de la comunidad autónoma. El resultado, pues nada que el gobierno no ha cumplido con su obligación de favorecer la instalación de una tercera central y poco más, así que esta carcasa pirotécnica salió fallida.
Aún con el aroma del salitre caribeño en la nariz tiene una nueva oportunidad de demostrar sus dotes populistas, recargadas en Cuba con una arenga a los canarios, se me ponen los pelos como escarpias, contra la medida arbitraria de IBERIA, línea aérea, al cobrar por la segunda maleta. Aprovecha la noticia de la Compañía para arengar a “su pueblo” contra el poder de la compañía, goda para más señas. Sus asesores lo jalean y él se siente como un líder de corte bolivariano en defensa de los derechos del pueblo oprimido, por una maleta, que no se nos olvide.
La pena y él no lo sabía porque se entera de poco es que esa medida ya la habían tomado otras compañías y él llegó tarde en su actitud reparadora frente a los agravios sufridos por el pueblo canario. Y no entera porque vive otra realidad, seguro que el argumentario que le dan cada mañana para que repita cabe en un confeti, sí estoy casi seguro, ya que su verbo es pobre, la alacena donde guarda sus palabras está casi vacía y la despensa de las ideas está llena de telas de araña.
En fin, siento un poco de vergüenza cuando veo a Paulino llamando al director de IBERIA, línea goda, para negociar lo de la maleta, cuando otras compañías ya llevaban con esa medida meses. El resultado, las palabras del director la compañía aérea, algo extrañado, por la que Paulino ha montado y lo único es que se paga exceso de peso en la primera maleta, pero la segunda si se paga, la compañía no cede.
Decía que es un poco de vergüenza lo que siento cuando este hombre en nombre de todos, porque es el presidente del gobierno autónomo hace estos espectáculos. Sería bueno que él cambiara de asesores y nosotros de gobierno.
Para reivindicar el buen nombre de la maleta les dejo con la de Pedro Lezcano, que nada tiene que ver con la maleta de Paulino.
Ya tengo la maleta,
una maleta grande, de madera:
la que mi abuelo se llevó a La Habana,
mi padre a Venezuela.
La tengo preparada: cuatro fotos,
una escudilla blanca, una batea,
un libro de Galdós y una camisa
casi nueva.
La tengo ya cerrada y rodeándola
un hilo de pitera.
Ha servido de todo. Como banco
de viajar en cubierta,
y como mesa y, si me apuran mucho,
como ataúd me han de enterrar en ella.
Yo no sé dónde voy a echar raíces.
Ya las eché en la aldea.
Dejé el arado y el cuchillo grande,
las cuatro fanegadas de la vieja...
- La hostelería es buena, me dijeron.
Y cogí la bandeja.-
Si señor, no señor, lo que usted mande,
servida está la mesa...
Yo por vivir entre los míos hago
lo que sea.
Vi a las mujeres pálidas del norte
arrebatarse como hogueras
y llevarse las caras como platos
de mojo con morena,
tanto que aquí no dejan ni rubor
para tener vergüenza...
Vi vender nuestras costas en negocios
que no hay quién los entienda:
vendía un alemán, compraba un sueco,
¡y lo que se vendía era mi tierra!
Pero no importa, me quedé plantado.
Aquí nací, de aquí nadie me echa.
(Hasta que el otro día lo he sabido,
y he hecho de nuevo la maleta.)
He sabido que pronto van a venir de afuera
técnicos de alambrar los horizontes,
de encadenar la arena,
de hacer nidos de muerte en nuestras fincas,
de emponzoñar el aire y la marea,
de cambiar nuestros timples por tambores,
las isas por arengas,
las palabras de amor por ultimátums,
por tumbas las acequias...
Si se instalan los técnicos del odio
sobre nuestras laderas,
los niños africanos, desvelados
bajo la lona de sus tiendas,
mirarán con horror las siete islas,
no como siete estrellas,
sino como las siete plagas bíblicas,
las siete calaveras
desde donde su muerte, y nuestra muerte,
indefectiblemente se proyectan.
Yo por mi parte cojo la maleta.
La maleta que el viejo
se llevó a las Américas
en un barquillo de dos proas,
¡Qué valientes barquillas atuneras!
Tienen dos proas, una a cada lado,
para que nunca retrocedan.
Vayan a donde vayan siempre avanzan.
¿Quién dijo popa? ¡Avante a toda vela!
Y yo...voy a marcharme, reculando.
Voy a dejar que crezca
sobre esta tierra mía
toda la mala hierba.
Voy a volver la espalda al forastero
que vendrá con sus máquinas de guerra
para ensuciar de herrumbre las auroras,
de miedo las conciencias...
Pensándolo mejor, voy a sacarde la vieja maleta
el libro, la escudilla, la camisa,
la batea, voy a pintar y a barnizar de nuevo
su gastada madera,
voy a quitarle el hilo y a ponerle
la cerradura nueva.
Y con ella vacíame acercaré a la Isleta,
y al primer forastero de la muerte
que llegue a pisar tierra
se la regalo, para siempre suya,
y que la use y nunca la devuelva.
¡No quiero más maletas en la historia de la insular miseria!
Ellos, ellos, que cojan ellos la maleta.
Los invasores de la paz canaria
que cojan la maleta.
Los que venden la tierra que no es suya
que cojan la maleta.
Los que ponen la muerte en el futuro
que cojan la maleta¡
Que cojan la maleta,
que cojan para siempre la maleta!
Pedro Lezcano, 1920-2002
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