Mi tía quería "pasar" la eternidad en un lugar con ventanas, donde ella se arreglaba para salir.
Era un día particular del año; una día de fiesta, a eso de las once de la mañana.
En ese momento, hunde una horquilla mas en su moño, y al mismo tiempo, sólo por azar, vuelve la mirada por encima del hombro. En el resplandor de las ventanas que tiene detrás, ve que algunas mujeres del vecindario, ataviadas con velo y ropas de salir, cruzan apresuradas en una misma dirección y escapan como si se deslizaran sobre ruedas.
A ella le toca también asistir a esa celebración, y le parece que se ha quedado rezagada, por lo que intenta apresurarse un poco.
La comezón de la impaciencia le hace creer, con un breve estremecimiento, que está desperdiciando su eternidad, consumiéndola inmoderadamente.
Piensa en la chispa que antes ha visto saltar en la ventana: un momento de vida que ardió rápidamente y se volvió cenizas.
Pero entonces, un susurro interior le advierte que no tiene por qué darse prisa. En realidad, se encuentra ante el espejo de su cuarto, y toda la inmensidad estuvo comprendida únicamente en el momento en que hundió una nueva horquilla en su cabello y lanzó una mirada de reojo al resplandor.
De La gata y la señora, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1991
Era un día particular del año; una día de fiesta, a eso de las once de la mañana.
En ese momento, hunde una horquilla mas en su moño, y al mismo tiempo, sólo por azar, vuelve la mirada por encima del hombro. En el resplandor de las ventanas que tiene detrás, ve que algunas mujeres del vecindario, ataviadas con velo y ropas de salir, cruzan apresuradas en una misma dirección y escapan como si se deslizaran sobre ruedas.
A ella le toca también asistir a esa celebración, y le parece que se ha quedado rezagada, por lo que intenta apresurarse un poco.
La comezón de la impaciencia le hace creer, con un breve estremecimiento, que está desperdiciando su eternidad, consumiéndola inmoderadamente.
Piensa en la chispa que antes ha visto saltar en la ventana: un momento de vida que ardió rápidamente y se volvió cenizas.
Pero entonces, un susurro interior le advierte que no tiene por qué darse prisa. En realidad, se encuentra ante el espejo de su cuarto, y toda la inmensidad estuvo comprendida únicamente en el momento en que hundió una nueva horquilla en su cabello y lanzó una mirada de reojo al resplandor.
De La gata y la señora, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1991
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