lunes, 25 de agosto de 2008

LA COMPRA


Sabía exactamente cuál era su deseo y sabía también que ya casi nadie usaba esas máquinas. Era un milagro que el vasto gobierno no las hubiera eliminado. Antes (¿cuándo?) abundaban en esta y todas las ciudades.

Hoy, como pocas veces, ese deseo lo ha invadido con ferocidad. Salió de su casa confortable -todas lo son- y ya ha recorrido barriadas y avenidas sin que hallara funcionando bien a alguna de aquellas máquinas. Una mínima falla las altera. Y el daño no lo causa la población (a casi nadie le interesan esos lugares). Tal vez sea un modo de ir eliminando en la gente aquel gusto, al cual la acostumbraran en otras épocas, de no hacer nada sin ayuda oficial.

Pero cuando atardece, en medio de la multitud alegre y el tráfico fluido, como flotando dentro de la publicidad que salta desde el subsuelo y alcanza grandes alturas, ve en la próxima esquina un cuadrado vacío, blanco, mejor dicho, transparente, apenas señalado lumínicamente sus límites: ¡esa es una máquina de pensamiento! Ojalá funcione bien.

La multitud pasa indiferente. Mejor. A veces -pocas- ha encontrado otras personas esperando.

Traspasa la primera luz. Cuando se está dentro desaparece todo lo exterior. Sabe que con sólo su huella podrá consumir lo que busca. Viene por una compra que no sea tan breve. Y entonces pulsa en el aire (los controles son atraídos por la voluntad) y ya va a señalar su petición cuando recuerda algo importante: sí, ha venido con el deseo de pensar, ha buscado durante hortas una máquina de pensamiento. Pero ¿qué desea realmente pensar?

José Balza, El doble arte de morir; Bruguera narrativa. Bogotá, 2008

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