martes, 5 de agosto de 2008

GULAG

Todos se abrían paso a codazos y sabían con seguridad lo que deseaban, unos corrían a por la ración de pan, otros a por la balanda. Sólo tú vagabas como un lunático, incapaz de distinguir a la mortecina luz de las bombillas y bajo el vapor de la balanda dónde podías obtener una y otra cosa. Finalmente las obtenías: quinientos cincuenta opíparos gramos de pan y una escudilla de barro con algo negro y ardiente. Era sopa de coles negras, sopa de ortigas. Los trapos negros de las hojas cocidas descansaban en un agua negruzca y sin nada más. Ni pescado, ni carne, ni grasa. Ni siquiera sal: las ortigas, al cocerse, se comen toda la sal, por lo que ya no ponían ninguna. Si el tabaco era el oro del campo, la sal era la plata, los cocineros la escatimaban. ¡Vaya veneno más repulsivo ese bodrio de ortigas sin sal! Aunque estuvieras hambriento. De ningún modo podías engullirlo.

Alzabas la mirada. No al cielo sino al techo. Tus ojos ya se habían acostumbrado a las mortecinas bombillas y distinguían entonces, a lo largo de las paredes, un largo eslogan en letras rojas, el color predilecto, sobre papel de empapelar: ¡QUIEN NO TRABAJA NO COME!

Alexandr Solzhenitsyn

Archipiélago Gulag II [pág185]


1 comentario:

  1. Un genio de su tiempo se ha ido, pero nos quedará siempre su obra y especialemte, su compromiso con la vida que lo hizo, al final, universal.

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