Cuando cayó en mis manos “Relámpagos de agosto” del autor mexicano Jorge Ibargüengoitia, (1928-1983) era una referencia descontextualizada y sin ningún “asidero” que sirviera de referencia. Era un hallazgo casual, resultado de una búsqueda, nada sistémica, para encontrar lecturas que afianzaran o rechazaran esa afirmación que últimamente he encontrado reiteradamente en varias ocasiones, en la que afirma que: “México es un estado fallido”. Ese fue el arranque de la búsqueda en el “proceloso océano virtual”.
En el proceso de construcción del estado mexicano, el período revolucionario es, entre otras muchas cosas, un fenómeno singular y que en los manuales de historia se puede seguir su evolución, así como las repercusiones que ha tenido y son visibles hoy en el actual México. Sin embargo, buscaba otra cosa, una visión menos académica, más alejada de los manuales de historia, pero sujeta a la realidad vivida. Y tuve suerte de dar con Jorge Ibargüengoita y su obra Relámpagos de agosto en una edición crítica, Juan Villoro y Víctor Díaz Arciniega como coordinadores y un prólogo de Sergio Pitol, editado por ALLCA XX en 2002. Como ustedes podrán imaginar no he resuelto la pregunta inicial, sino que por el contrario, se han sumado más interrogantes.
Les hago partícipes de algunas afirmaciones de Sergio Pitol en el prólogo, muy recomendable, y algún texto de la obra. Que los disfruten.
“Con el paso del tiempo esa primera novela (Relámpagos de agosto) ha crecido en esplendor. Se ha convertido en un relato perfecto, el más independiente de un género literario que a pesar de su rebeldía no salía de la esfera oficial. Con ella, el autor logró lo que jamás se había soñado entre nosotros: convertir la novela histórica, y la historia patria, y las figuras solmenes de la Revolución, en una farsa hilarante, en una bufonada donde los caudillos no puedan ya ser reverenciados, ni siquiera detestados. En ese nuevo tipo de novela no cabe la pasión doctrinaria ni el odio cerval. Todo rasgo de solemnidad se ha omitido. La comicidad elimina cualquier intento de sacralización. Los personajes aparecen como un puñado de auténticos papanatas, pícaros, perdularios, pésimos en el manejo de las armas que se supone que es su oficio y aún peores en el de la intriga, una de las artes que un político debería manejar a la perfección…
Al terminar Los relámpagos de agosto el autor agrega una Nota explicativa para los ignorantes en materia de Historia de México.
[…] Obregón era agricultor, Pancho Villa un cuatrero; Venustiano Carranza era político, y no sé lo que haya sido en su vida real don Pablo González, pero tenía la pinta de un notario público en ejercicio. Ésos fueron, como quien dice, los padres de una nueva casta militar cuya principal preocupación entre 1915 y 1930, fue la de aniquilarse…
[…] Así, pues, la obra de Ibargüengoitia es la parodia de unos años especialmente atroces, complejos, el fin de la revolución, su gente y su entorno; y el inicio de los treinta. El escritor convierte a los próceres en personajes chuscos, cualquiera pude vejarlos, escarnecerlos, reírse de ellos. Sabe el autor que la risa crea una sensación de liberación. La lección de Ibargüengoitia implica la posibilidad de reírnos de nuestras calamidades, no por mero masoquismo sino como medio de liberación; la risa nos desliga del poder y termina por desprestigiarlo. Las desdichas de aquellos militares de horca y cuchillo nos regocijan. Se trata de un movimiento inicial de desacralización que convierte al fin a los grandes en caricaturas, en fantoches grotescos, en cuadrúpedos, y nos permite palparlos en su íntima y colosal inepcia”.
Los relámpagos de agosto. Liminar de Sergio Pitol.
“Jorge Ibargüengoitia fue el cronista rebelde de una nación avergonzada de su intimidad e incapaz de ver en su Historia otra cosa que próceres de bronce. Para el escritor guanajuatense, los héroes no se forman en el cumplimiento del deber sino en los avatares de su muy humana condición”.
Introducción del coordinador, Juan Villoro
-Yo quiero ser tu amigo, Lupe –me dijo. Textual. Y luego: -Sé que eres un hombre sincero y quiero que me digas lo que opinas de Eulalio.
Con el valor civil que siempre me ha caracterizado, le dije lo siguiente:
-Ese individuo no tiene la energía bastante (con otras palabras) ni es simpático, ni tiene méritos en campaña. Nunca podrá hacer unas elecciones libres.
-¿Pero quién quiere unas elecciones libres? –Textual.
Yo escandalicé ante tanto descaro y le recordé los postulados sacrosantos de la Revolución. Él me contestó:
-¿Sabes a dónde nos conducirán unas elecciones libres? Al triunfo del señor Obispo. Nosotros, los revolucionarios verdaderos, los que sabemos lo que necesita este México tan querido, seguimos siendo una minoría. Necesitamos un gobierno revolucionario, no elecciones libres.
Reconozco que no supe qué contestar. Él siguió su perorata:
-Para alcanzar este fin –es decir, el gobierno revolucionario- debemos estar unidos y nadie se une en torno a una figura enérgica, como tú, como yo, como González; necesitamos alguien que no tenga amigos, ni enemigos, ni simpatías, ni planes ni pasado, ni futuro: es decir, un verdadero fantoche. Por eso escogí a Eulalio.
Relámpagos de Agosto, pp. 79-80
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