Por fin, pensé que no reuniría las fuerzas suficientes para terminar con la lectura de “Corazones cicatrizados” de Max Blecher, Pre-Textos, 2009. Novela autobiográfica en la que Max Blecher (1909-1938), en tercera persona, narra su estancia en un sanatorio de una pequeña ciudad al norte de Francia. Digo que al fin terminé porque la angustia que provoca su lectura para mí sólo es comparable que la que sentí y siento cada vez que releo “Si esto es un hombre” de Primo Levi.
La incapacidad física para moverse de Emanuel, cuerpo y voz de Blecher, cómo se vive y se ve la vida tumbado con un corsé de escayola en un sanatorio en el que todos los enfermos comparten una situación similar el dolor físico que aparece como puntadas en el texto se alterna con el sufrimiento moral que aniquilan el estado anímico. A esta situación se sobrevive con la capacidad humana para que los sueños se sobrepongan a tantos reveses; los deseos, más poderosos que el dolor, son un rastro de humanidad, ambas cosas unidas junto a un ambiente en el que los enfermos relativizan sus padecimientos, “Guardo para la operación el sentimiento más absolutamente neutro que tengo cuando me bebo un vaso de agua” y tutean a la muerte como signo de desprecio. Se vive, se muestran sentimientos y pasiones, no sé si con esperanza o no.
Su lectura es recomendable, pero hay que saber a lo que nos exponemos y leer esta novela en momentos de fortaleza de ánimos y mejor que no como yo que lo he hecho inmovilizado en cama por una caída, pero no quería dejarla para más tarde. aquíe les dejo algunos párrafos, espero que les resulten interesantes.
“Hacia la madrugada, en el interior de la escayola que se había secado ya, empezaron los picores en la piel. Era un nuevo sufrimiento, un nuevo suplicio, un nuevo tormento frío, alucinante. En vano Emanuel se deslizaba las manos impotentes por el corsé. Las uñas rascaban tan sólo la gruesa túnica de yeso. En el interior la piel se incendiaba en ciertas partes y la irritación crecía frenética, como si hubieran derramado un ácido o como si una pequeña garra se pasease por la sensible red nerviosa”. [Ob, cit. pág. 80]
“Emanuel acostaba a Solange en la camilla a su lado, la tenía pegada a él, luego se retorcía y la aplastaba bajo el peso del cuerpo y la escayola. Como ya se había habituado al corsé hacía muchos movimientos que antes no había creído posibles. Solange gemía levemente de placer y del peso que soportaba. A veces, la escayola se le metía entre los muslos y ella sentía el dolor mezclado con el éxtasis amoroso, como una amarga realidad de su amor toscamente realizado al aire libre, en la inmensidad de las dunas, rodeados por la inmensa desolación de aquellos parajes".[Ob, cit. pág. 98]
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