miércoles, 13 de enero de 2010

LA OTRA NAVIDAD II

Decía en la entrada anterior que casi a la carrera cuando el turno finalizaba la enfermera me dice que me tenían que hacer otra prueba y eso no es buen síntoma porque eso significa que buscan algo más. Esa prueba, un escáner, te hace pensar que algo pasa, no sé qué porque no soy médico y el haber visto algunos episodios de la serie Urgencias no da conocimientos médicos, pero algo has leído y por experiencias cercanas… Algo no va bien.

Pues toca esperar y con el cambio de turno caras nuevas, comportamientos nuevos, más enfermos. No cabemos en el pasillo, aunque los vecinos cambian, ahora tengo cerca a un señor mayor, alemán que vive en Bajamar, se ha caído y tiene rastros de sangre en la cara, lo malo es que nadie habla alemán y entenderse con él es muy complicado. Más historias, pero procuro evadirme, aunque oyes cosas que no desearías, como la frase del médico que pretende ser gracioso cuando dice: “cuánta gente hay hoy para felicitarnos las pascuas”. La verdad, puede que tenga gracia, pero en aquel momento, y en aquel lugar y desde una camilla…

Tengo frío y ganas de ir al baño, me tengo que levantar, el baño está lejos y creo que podré aguantar el dolor. Pido unas zapatillas y allá voy, aunque la auxiliar insiste en raer una botella, me niego, tengo que intentarlo. Allá voy, con ayuda me incorporo, del dolor no voy a decir nada, pero… Algunos pasos, bien lentamente llego y orino, ¡uf, qué alivio! No sé qué hora es pero llevaba todo el día sin ir al baño. Puedo caminar, bueno es un decir, pero lo intento.

El cambio de turno nos ha dejado un personaje singular, un enfermero al que llamaremos “Joel”, que repetía con un tono cantarín “todo controlado” y su variante “todo está controlado”, así todo el rato, aunque todavía no le he visto la cara, pero ya lo tengo identificado por su voz y como está en la entrada para los recién llegados tiene alguna palabra amable, alguna broma, menos para el que llega porque se ha tragado unas pinzas, al parecer es un “cliente habitual”. Hablan de las veces que no han tenido que operar para sacarle cosas del estómago. Está muy tranquilo, quiero verle la cara, pero no puedo. Habla poco, pero es de antología el rato que está allí. Todos lo conocen.

Más frío, lo que daría por unos calcetines. Alegría dicen mi nombre, la auxiliar me dice que me llevan para hacerme un escáner. Envidiable la pericia conduciendo la camilla por aquellos pasillos atestados. La nueva “sesión fotográfica” dura poco, aquí no se hace cola. De nuevo a mi aparcamiento a esperar que informen la prueba. Se prolonga en el tiempo ya no tengo reloj y no pregunto la hora. No duermo pero cierro los ojos y procuro evadirme del lugar. Piensan que duermo, pero no.

Bien, mi nombre en voz alta, ahora es una doctora, neurocirujana, joven, trae noticias y no son buenas, la vértebra L-2 se ha fracturado y aplastado, creo que me da más frío, aunque dice que podía haber sido peor, claro, y también mejor, pero estoy ahí en medio. Inmovilización con un corsé, reposo y vuelta en cuatro semanas y si no respeto el reposo la consecuencia sería una intervención quirúrgica. Menudo panorama, ahora con el miedo en el cuerpo y mil preguntas pasando a gran velocidad toca esperar porque no me puedo ir a casa sin el corsé. Ahora va más despacio el tiempo, espero como esperan los niños a Papá Noel la llegada de la persona que viene de la ortopedia con el corsé. Tarda, pero llega. No la beso porque no estaría bien y no porque no tenga ganas, ahora con paciencia casi mimo me arregla el corsé hasta que está bien ajustado y evita determinados movimientos. Me quiero marchar ya han firmado el alta, aunque estaba un poco traspapelada y tarda, algo normal lo de tardar, y me sacan de allí.

Ya voy camino de casa. Las ganas de marcharme ocultan las preocupaciones los miedos. Son las once de la noche, casi doce horas con cosas que contar y otras que no, que las dejo para mí, no por egoísmo, pero…

No sé si merece la pena continuar….

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