Los años previos al estallido de la segunda guerra mundial tienen el interés propio de cualquier época para historiador como objeto de investigación, ”exhumar e interpretar un pasado colectivo”, tal como afirma Saúl Friedländer; pero especialmente estos años, década de los treinta, que moldean y son el contexto de lo que los nazis denominan la Solución Final. Sus métodos y objetivos se perfilan en estos años. Para el lector, curioso, interesado por el conocimiento histórico es una época determinante como se ha indicado, y son numerosas y controvertidas en ocasiones, las fuentes de las que disponemos.
Como lector, las formas de acercarse al conocimiento de la época pasa por acudir a diversas fuentes, desde los tratados de historia, prensa, la misma ficción, o los relatos, autobiografías o diarios de protagonistas de la época. Friedrich Reck (1884-1945), procedente de la Prusia Oriental, nacido en una familia relativamente acomodada estudió medicina, para librarse de parte del servicio militar, pero vivió de las rentas mientras pudo y de lo que le dejaba sus novelas y cuentos de aventuras. De su producción literaria, escribía: “No puedo continuar como hasta ahora –concluía en 1931-, guardando para mí las mejores cosas que tengo que decir y escribiendo novelas para cocheros y empleadas del hogar. No puedo pasarme la vida escribiendo noveluchas por entregas alineadas como postes de telégrafos en una avenida, mientras que obras que yo solo puedo crear han de quedar apenas esbozadas”. Reck, hombre conservador, “Ser conservador significa creer en las leyes inalterables de la vieja Tierra. En la vieja Tierra que empezará a temblar cuando un día quiera limpiarse de toda esta basura”. Pero definiéndose así, intenta marcar las diferencias que le distancian del nacionalsocialismo que le toca vivir en la época que se recoge en su obra Diario de un desesperado, Minúscula, 2009. Conservador, monárquico y antidemocrático, mantiene una distancia significativa con el nazismo, más que nada por una cuestión de clase, de privilegios de cuna. Y tampoco entiende el antisemitismo que vive desde el comienzo en que se promulgan las leyes discriminatorias que dicta el régimen nazi. Es verdad que no hay un rechazo claro del antisemitismo del Estado, pero en aquellos años mantener algunos amigos, como él los tenía, de origen judíos era casi una heroicidad, sobre todo, en el entorno en el que se movía.
Su Diario de un desesperado, es un testimonio en el que se puede observar desde esa perspectiva conservadora lo que él percibe desde julio de 1936 hasta su última anotación, el 14 de octubre de 1944. La anotación que hace ese día, comienza así: “han registrado, en busca de armas, el pequeño maletín que llevaba conmigo para una supuesta noche de hotel…, parece que las cosas no me van bien”.
Les dejo con algunos párrafos de ese diario. Espero que los consideren intersantes.
Julio de 1936
“Con quien tengo que ajustar cuentas es con la estupidez de todo un pueblo, que toleró este revoltijo de incapaces y farsantes aprovechados. Mientras confíen su destino a gabinetes cambiantes, los alemanes nunca se librarán de su caos, sus convulsiones, su autoflagelación política.los alemanes, tal como son, necesitan un líder. Naturalmente, tiene que ser distinto a este capitán de contrabandistas que el destino nos ha deparado en nuestra hora más crítica”. [ob. Cit. pág. 20]
Agosto, 1936
“Si un Gobierno alemán hubiera satisfecho a tiempo su desmedida vanidad montándole un estudio gigantesco y pagando a la prensa para que lo celebrara como el mayor pintor de todos los tiempos, creo que habría ido a parar a una vía muerta carente de todo peligro, y jamás se le habrá pasado por la cabeza pegar fuego al mundo [ob. Cit. pág. 33]
Diciembre de 1938
“En vano me rompo la cabeza buscando el sentido de esta persecución de los judíos organizada por Goebbels, que en el mismo instante que el régimen necesita urgentemente la paz despierta la mortal enemistad de todo el orbe y à longue vue hace la guerra inevitable. […] El hecho de que los dictadores tengan que organizar para las masas, para que las simpatías de la canalla no se enfríen, unos fuegos artificiales cada cinco meses…, […], y bien podría explicar los acontecimientos del 9 de noviembre, si no fuera porque con ellos Hitler invoca a la guerra, y tiene que evitarla si no quiere cavar su propia tumba. [ob. Cit. pág. 83]
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