Una persona, a la que quiero mucho, me escribe después de regresar de su trabajo. En el camino percibe un tiempo un tanto desapacible. Lo describe de esta manera, y como me gusta su forma de hacerlo lo comparto.
“Hoy viernes regresaba de en un pueblo que se llama Heerbrugg, situado en las cercanías de Austria. A la vuelta por tramos vas bordeando el lago Konstanz. Te cuento esto porque la visión fue espectacular.
El tiempo se presentaba tormentoso, el cielo estaba cubierto por unas nubes oscuras, compactas, surcadas por unos jirones de color pastel, (rosáceo azulado), entremezclado con el blanco, reflejándose en el lago con una magnitud digna de la tormenta que se avecinaba. El lago a modo de esa réplica, mostraba la faz de una superficie que casi se podía cortar.
Se percibía amenazadora, inquietante y al mismo tiempo te sentías atraída hacia ella. La negritud es sobrecogedora
En la otra orilla del lago, ahora Alemania, se divisó un disco inmenso de un rojo brillante tan intenso, que parecía transcender el propio color. Esa imagen contenía todas las sensaciones que puedas imaginar, fue tan divino que haría suspirar a los propios dioses.
Sí, yo también suspiré, porque no sabía hacer otra cosa.
Y para terminar, por si fuera poco, la tormenta estalla, los rayos atraviesan el espacio, mientras el disco desaparece en la lejanía, dejándote una emoción de belleza y una magnificencia infinita”.
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