martes, 20 de mayo de 2008

SANTI SANTAMARÍA



SANTI SANTAMARÍA
Bien por Santi Santamaría “cocinilla” que por una vez y, sin que sirva de precedente, hay que tener en cuenta, pues pone en su sitio a sus colegas de profesión, que cuando hablan parece que el resto de mortales quedan iluminados. En el fondo lo que hacen en lo que hacemos la mayoría, poner un potaje al fuego o freír un huevo y para eso no hace falta haber estudiado en Harvard, ni tener un máster por Oxford. Ya está bien que este país no encuentre donde poner a estos timadores que nos quieren hacer creer que el mundo gira alrededor de sus realizaciones.
El clan vasco de cocinillas se muestra en estos momentos muy alterado por las palabras de Santamaría y vierten sobre él todo tipo de comentarios y descalificaciones, cuando ellos no han dado la cara y, lo peor es que han mirado para otro lado, cuando un compañero de profesión, cocinero de la comandancia de marina fue asesinado por ETA, por cierto Arzak, entre otros no fue al funeral. Esa era una ocasión para hablar fuerte y claro, enviar escritos y reivindicar la paz para el país vasco.
Por cierto, ¿estarán pagando el chantaje de ETA? Si es cierto deberían decirlo.
Por si no se acuerdan les refresco la memoria.

ETA asesina con una bomba lapa al cocinero de la Comandancia de Marina de San Sebastián
El artefacto, con cuatro kilos de dinamita, mató en el acto a Ramón Díaz, militante de CC OO
G. GASTAMINZA - San Sebastián - 27/01/2001
Un cocinero de 51 años, Ramón Díaz, casado y con dos hijos, afiliado a Comisiones Obreras y empleado en la Comandancia de Marina de San Sebastián, fue asesinado ayer por ETA en el barrio obrero de Loyola. Los terroristas le colocaron una bomba lapa de extraordinaria potencia -cuatro kilos de dinamita- en los bajos de su vehículo.
El cocinero de la Comandancia de Marina de San Sebastián, Ramón Díaz García, de 51 años y nacido en Salamanca, fue asesinado ayer por ETA con una bomba lapa de cuatro kilos de dinamita adosada a los bajos de su coche, un Ford Orion que tenía aparcado a una veintena de metros de su casa, situada en el centro del barrio de Loyola de la capital guipuzcoana, donde se encuentra el acuartelamiento militar de la ciudad. La explosión causó también heridas leves a cinco personas, tres de las cuales fueron trasladadas al Hospital Nuestra Señora de Aránzazu con lesiones en los tímpanos.
El atentado mortal se produjo poco después de las siete y media de la mañana, cuando la víctima dio marcha atrás con su coche, estacionado en batería en la calle Sierra de Aralar, para dirigirse a su trabajo en la Comandancia de Marina del puerto de San Sebastián. Ramón Díaz acababa de desayunar y ojear el periódico en compañía de dos amigos en el bar Etxarri. Uno de ellos salió con él del bar y, cuando ya se dirigía hacia su coche aparcado en segunda fila, presenció la fuerte deflagración de la que le protegió una furgoneta aparcada en medio.
Como consecuencia de la potente explosión de la bomba lapa, fabricada con un sistema antimovimiento que la activó al ponerse el coche en marcha, Ramón Díaz, un empleado civil del Ejército, militante de Comisiones Obreras, salió despedido de su asiento por el techo del turismo y su cuerpo quedó tendido en el asfalto, junto al amasijo de hierros en que quedó reducido su vehículo. La deflagración produjo la rotura de cristales de las casas colindantes, incluidos los del citado bar. El fuerte impacto y los graves destrozos causados por la explosión hicieron pensar a los vecinos en los primeros momentos que podía haber estallado un coche bomba.
El atentado conmocionó al humilde barrio de Loyola, que tiene una marcada identidad propia y está situado en uno de los extremos de la ciudad, junto al meandro del río Urumea, donde se encuentra el acuartelamiento militar. Con una población que vota mayoritariamente al PSE-EE, la izquierda abertzale goza también de fuerte implantación social y es la segunda fuerza política en la zona, muy por encima del nacionalismo moderado.
Los amigos de la víctima que habían desayunado con él poco antes permanecían atónitos, en la calle, sin poder dar crédito a lo que acababa de ocurrir. Como ellos, muchos espontáneos se paseaban sin rumbo, dispuestos a defender ante los medios informativos a Ramón Díaz, cuya personalidad elogiaron, así como a su familia. El único hermano de la víctima, acompañado de su hija y su pequeña nieta, se acercó desde el barrio de Martutene a visitar a la viuda y los hijos, pero se negó a hacer declaraciones a la prensa. La desesperación la hizo patente un cuñado de Ramón Díaz, quien indicó que la víctima tiene dos hijos abertzales, al expresar públicamente su furia a todo el que quisiera oírle: '¿Por qué han hecho esto? !A ver si tienen los huevos de dar la cara!'.
La teniente de alcalde de San Sebastián, María San Gil, que ayer sustituía a Odón Elorza -quien se encuentra en el extranjero-, fue la primera autoridad en llegar al lugar del atentado y visitar en su casa a la viuda y los dos hijos, Aintzane y Arkaitz. Poco después el portavoz del Gobierno vasco, Josu Jon Imaz, mostraba su consternación por este atentado mortal, el quinto que protagoniza el comando Donosti desde el final de la tregua, al igual que el delegado del Gobierno, Enrique Villar, quien se acercó desde Vitoria hasta la capital guipuzcoana.
El lehendakari, Juan José Ibarretxe, se desplazó también a San Sebastián para estar presente en la concentración de 15 minutos de silencio que se celebró en los jardines de Alderdi Eder. Y el diputado general de Guipúzcoa, Román Sudupe, que se encontraba en Berlín, interrumpió su visita para regresar a San Sebastián y estar hoy presente en la manifestación en protesta por este asesinato. La movilización ha sido convocada por Comisiones Obreras, el sindicato en el que militaba la víctima, y secundada por el Gobierno vasco, la Diputación de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de San Sebastián. El funeral por Ramón Díaz se oficiará hoy en la Parroquia del Sagrado Corazón de San Sebastián.
'Si lo hicieron con él, todos debemos mirar bajo el coche'
'Si lo han hecho con Ramón [ponerle una bomba], tenemos que ir todos con un espejo a mirar bajo el coche'. Así expresaba un conocido de Ramón Díaz su estupor por el atentado, cuya víctima no sólo no sospechaba que corría algún peligro como para mirar debajo del coche que aparcaba en la calle, sino que además reunía en su persona numerosas circunstancias que adornan a un buen número de donostiarras y vascos. Ramón Díaz era cocinero de profesión. Se había reciclado en este empleo tras quedar en paro. Y ejercía como tal no sólo en la Comandancia de Marina, sino en el Club Deportivo Loyolatarra, en cuya sociedad gastronómica a diario daba de cenar o de comer a las personas o cuadrillas que se lo solicitaran. También había sido, durante más de diez años, parrillero en la Sidrería Borda de Astigarraga, donde asaba las chuletas del menú durante los meses que duraba la cata de la sidra, entre los meses de enero y abril. Haciendo honor a su condición, Ramón Díaz había participado como cocinero en la Tamborrada donostiarra el día de San Sebastián, el 20 de enero, hace sólo una semana, y se preparaba para participar en la comparsa de Caldereros y en las de Carnavales, otros populares festejos donostiarras. Nacido en Salamanca, Ramón Díaz llegó a los 12 años a San Sebastián, donde se crió con su hermano en el barrio de Martutene, vecino a Loyola. En este barrio vivió el resto de su vida. Su integración era total. Se había convertido en un hombre muy popular, un dinámico y típico directivo con estrecha participación en las distintas actividades del Club Deportivo Loyolatarra, en el que, además de cocinero, ejercía de monitor de futuros pelotaris, ayudaba en el club de fútbol Danak y, a través de su hijo Arkaitz, remero del club de remo Ur Kirolak, apoyaba en la medida de sus posibilidades al deporte rey del País Vasco. Su carácter afable y abierto, además de generoso, lo reconocían ayer personas que, a través de todas estas agrupaciones, habían tenido relación con él. 'Era un detallista y le gustaba sorprender en la cocina', decían. Todos se mostraron muy impresionados y les costaba encontrar palabras para explicar la barbaridad del atentado y la profunda impresión que les había producido este asesinato.