domingo, 4 de mayo de 2008

LECTURAS


Tengo debilidad por algunos autores, por ejemplo Coetzee, Abad Faciolince, Juan José Sebreli, entre otros. Cuando leo algo de un autor desconocido y e cautiva procuro saciarme con lo que hasta ese momento no conocía. Con Héctor Abad Faciolince me pasó eso exactamente después de leer su relato “El olvido que seremos”, recomendable para conocer lo que algo más que amor por un padre, incluida la admiración por el mismo.

He descubierto una publicación de Abad Faciolince publica en 1997 y que se titula: “Tratado de culinaria para mujeres tristes”. Me ahorro los comentarios y los que lo lean ya opinarán.

1ª entrega

Nadie conoce las recetas de la dicha. A la hora desdichada vanos serán los más elaborados cocidos del contento. Incluso si en algunas la tristeza es motor del apetito, no conviene en los días de congoja atiborrarse de alimento. No se asimila y cría grasa la comida en la desdicha. Los brebajes más sanos desprenden su ponzoña cuando son apurados por mujer afligida.

Sana costumbre es el ayuno en los días de desgracia. Sin embargo, en mi largo ejercicio con frutos y verduras, con hierbas y raíces, con músculos y vísceras de las variadas bestias silvestres y domésticas, he hallado en ocasiones caminos de consuelo. Son cocimientos simples y de muy poco riesgo. Tómalos, sin embargo, con cautela: los mejores remedios son veneno en algunas. Pero haz la prueba, intenta. No es bueno que acaricies, pasiva, tu desdicha. La tristeza constipa. Busca el purgante de las lágrimas, no huyas del sudor, tras el ayuno prueba mis recetas.

Mi fórmula es confusa. He hallado que en mi arte pocas reglas se cumplen. Desconfía de mí, no cocines mis pócimas si te asalta la sombra de una duda. Pero lee este intento falaz de hechicería: el conjuro, sí sirve, no es más que su sonido: lo que cura es el aire que exha­lan las palabras.