viernes, 20 de julio de 2007

RECOMENDACIÓN: Sabino Méndez: Historia del hambre y la sed

SUGERENCIA

Acabo de leer un libro y me voy a permitir su recomendación porque creo que nos sirve para entender mejor el fenómeno del nacionalismo y hasta donde pueden llegar sus excentricidades que son en definitiva un modelo de integrismo y exclusión para los no afines.

Historia del hambre y la sed de Sabino Méndez, publicado por Espasa, 2007 es el texto. Sabino Méndez, para los ya algo mayorcitos puede que les suene porque durante algún tiempo fue letrista y acompañó en sus conciertos como guitarrista a Loquillo y los trogloditas. No es sólo su condición de músico, sino la de filólogo, investigador de Teoría Literaria, escritos y ciudadano nacido, criado y ensolerado en Cataluña lo que le lleva a escribir Historia del hambre y la sed, que es como dice en el prólogo: “El viaje por la memoria (antigua y reciente)”, que le lleva al tema de la emigración, él es hijo de emigrantes. Reconoce que ese recorrido lo hace desde un cierto confort económico, ciertas expectativas de vida cumplidas y allí en la Barcelona en la que nació. Les cito algunos párrafos y reitero mi recomendación.

“En una Península como la nuestra donde el mayor de sus Estados no ha logrado más que a medias compactar un sentimiento de colectividad pública común (lo que te pase a ti me afecta a mí por lejos que esté), los nacionalismos son la antesala del nuevo caciquismo. Espada [Arcadi] es de la opinión de que el proceso es justo el contrario: los nacionalismos no son, al fin y al cabo nada más que la evolución moderna, sentimental y amanerada del caciquismo, ese rasgo principal de la historia de España. Puede que tenga razón. Sea como sea, el proceso nos lleva a los dos al mismo escenario de conclusión: un lugar pequeño donde es imposible expresar opinión pública libremente y donde la corrupción se considera una característica de la condición humana y no una elección personal” (página 237).

“…porque el catalanismo político no tiene poder moral para convencer a la sociedad de que incremente el uso del catalán. En la hora de hoy, ahora mismo, tiene poder político para imponer a la sociedad ese uso. Pero no es lo mismo el desafortunado poder político para imponer que el prestigioso poder moral de convencer” (página 155)

“Con muchos de ellos (sus amigos) ya había debatido en ocasiones la eterna contradicción de si aseguraban ser de izquierdas y la izquierda se había definido siempre como internacionalista, ¿cómo explicaban el contrasentido de ser de izquierdas y ser nacionalistas?...” cierro aquí y que resulte fructífera su lectura

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