Hace algunas semanas leí La librería de Penélope Fitzgerald; Impedimenta, 2010; una pequeña y deliciosa novela, no llega a las doscientas páginas en el cuidado formato de Impedimenta que cuida hasta la textura del papel, incluso, yo diría más, hasta el aroma del mismo.
Nuestra heroína, creo que lo es y si leen la obra me dirán si es cierto o no, como les decía nuestra heroína Florence decide abrir una librería en un pequeño pueblo costero en Suffolk a finales de los años cincuenta del siglo pasado. Un pequeño inciso en la narración. La idea o el sueño de abrir una librería creo que es compartido por todos los que amamos los libros. Sería como el lugar donde estarían todos los libros que hemos leído y han llenado unos huecos de nuestra vida, los que nos gustaría leer, incluso, cabrían los que hemos empezado, pero no hemos tenido la fuerza de llegar al final porque no le encontrábamos una razón de ser.
Dicho esto volvemos a nuestra figura que como ustedes ya avizoran, abrir una librería en un pequeño pueblo no es recibo por los convecinos con los brazos abiertos, hay una resistencia silenciosa, que se une a los problemas del caserón que compra para su instalación que además de humedades tiene sus propios fantasmas. La resistencia de sus vecinos aumenta cuando pone a la venta una edición de Lolita de Nabokov, pero no les cuento más, ya que rompería el encanto de la obra, de la que uno se impregna, hasta la humedad de mar traspasa las páginas y los aromas del mar también.
La perseverancia de Florence tiene la antítesis en uno de los personajes que aparecen por l pueblo. Les dejo con algunos párrafos de ese personaje, precisamente.
“-Yo sé quién es usted. Debe ser la señora Green.
No diría eso, pensó Florence, si no estuviera seguro de que ella sí que le iba a reconocer. Y así fue: le reconoció. Todo el mundo en Hardborough podrá haber dicho quién era, y, además, con cierto orgullo, ya que todos sabían que trabajaba en Londres y que hacía algo en la televisión. Era Milo North, de Nelson Cottage, en la esquina con Back Lane. Nadie sabía del todo qué era lo que hacía exactamente, pero en Hardborough estaban acostumbrados a no estar muy seguros de lo que hacía la gente en Londres.
Milo North era alto y pasaba por la vida sin hacer demasiados esfuerzos. Decir: “Yo sé quién es usted. Debe ser la señora Green” suponía para él un gasto de energía poco corriente. Lo que podía parecer una delicadeza por su parte, normalmente no era más que una forma de evitar líos; lo que parecía simpatía era en realidad el resultado de su instinto para esquivar cualquier problema antes de que éste se originara. Era difícil imaginar lo que supondría hacerse viejo para una persona así. Sus emociones a base de no ejercitarlas, casi habían desaparecido. Había descubierto que la capacidad para adaptarse resultaba tan adecuada para salirse con la suya como la propia curiosidad”. [ob. cit. págs. 32-33]
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