martes, 2 de febrero de 2010

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ Y EL RECONOCIMIENTO

Ya somos partícipes de la muerte de Tomás Eloy. Ya sus colegas escritores, sus amigos, puede que sus enemigos también, hayan escrito palabras de reconocimiento a su labor, lo importante que eran y serán sus novelas, su trabajo periodístico, incluso lo injusto que había sido el mundo de la literatura con él. No había tenido ese reconocimiento que dan los premios y que lógicamente ayuda a la venta de sus novelas.

Como simple lector, ahora después de haber leído algunas de sus obras sólo me queda, y como homenaje, releerlo, algo que se hace, no por quedar bien, ya que la relectura es un hecho privado, para el deleite personal y que nada tiene que ver con el circo que se monta alrededor del muerto con palabras, que muchas serán sentidas, pero otras… incitan a la duda.

Así que volveré a releer, sobre todo, Santa Evita, Alfagura; 1995 texto que me acercó a ese personaje querido por muchos, odiado otros tantos; que pasó del burdel hasta casi los altares de la mano de Juan Domingo Perón, que le abrió la puerta del poder populista, pero que ella sostuvo a los “descamisados” con una mezcla de caridad visionaria y autoritarismo, cercanos a la dictadura.

Así que alrededor de ella se tejen muchas historias, unas con más verosimilitud, otras, puras leyendas, pero sirven de aureola a Evita. En su novela el embalsamador dice: “A un olvido hay que oponerle muchas memorias, a una historia real hay que cubrirla con historias falsas. Viva su hija no tenía par, pero muerta ¿qué importa? Muerta, puede ser infinita” [ob. cit. pág. 57].

Como parte de ese homenaje particular de la relectura sólo me queda añadir que su obra es recomendable, y así contribuyo, también, un poco más. Que les resulte interesante si deciden leerlo.

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