Dos perros de aspecto muy fiero ladraban hasta desgañitarse. Sus ojos ribeteados de rojo miraban fijamente, enseñaban los colmillos, mientras sus ladridos resonaban en aquella calle. Habían atemorizado a todos los viandantes provocando a su alrededor una especie de vacío. Se quedaron solos. Ya sus gargantas eran como las de los hinchas de fútbol castigadas por los gritos, el tabaco y el alcohol.
Después de un buen rato ladrando, uno de ellos le dice al otro:
-Oye viejo, creo que estamos equivocados
-Sí, creo que sí, contestó. Ambos se miraron y dieron media vuelta. La estatua ecuestre objeto de su ira siguió impertérrita, mientras las palomas le cagaban en la cabeza.
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