jueves, 4 de febrero de 2010

OTRAS LECTURAS: EL HOMBRE INQUIETO. HENNING MANKELL

Leo con fruición, cómo no, “El hombre inquieto”, Tusquets, 2009 de Henning Mankell, con fruición y cierta desazón porque anuncian que posiblemente será la última aventura de nuestro inspector de policía particular. Digo particular porque Wallander se ha convertido, por lo menos para mí, en un personaje muy cercano, tanto que sabes casi de memoria sus pequeños tics. Esperas con cierta ansiedad sus relatos porque Mankell ha logrado que la vida profesional de nuestro inspector casi no tenga secretos para los lectores, pero además su vida personal, fundamental para entender su forma de actuar profesionalmente, nos es igual de cercana. Las relaciones con su padre, con su hija, la adicción al café, su vida sentimental, todo nos queda muy cercano, tanto que podríamos andar por su casa con lo que de ella nos ha contado. La ficción debería detener el tiempo y mantener a Wallander en una edad indefinida, para disfrutar de sus casos, aparentemente sin solución, pero puede que entonces no sería lo mismo.

En El hombre inquieto se mezclan logros como vivir en el campo, disfrutar de su nieta, comprobar que su hija es una buena policía; al mismo tiempo hay otras coas que difuminan algo esa llegada a una edad próxima a su retiro. Su salud le traiciona, Baiba Liepa, su compañera sentimental, tiene ahora un protagonismo especial, igual que su ex -mujer. Todo esto rodea un nuevo caso, un tanto especial porque el protagonista será el suegro de su hija Linda. Militar retirado, casado con una mujer ejemplar, ambos desaparecen en momentos distintos y para darle más emoción se le añaden unos toques de espionaje. Todos los ingredientes para disfrutar.

Creo que es una nueva historia muy sugerente y atractiva, sobre todo para los adictos a Mankell. Recomendable.

Les dejo con algunos párrafos, espero que les resulten interesantes.

Wallander vio que estaba a punto de llorar. Si Linda no hubiese ido a su casa, si no hubiera presentido que algo no iba bien, habría podido fallecer allí mismo, en la bañera. Una especie de temblor le atravesó el cuerpo. Su vida bien podrá haber terminado así, desnudo y en el suelo de baldosas del baño.

-No te cuidas, papá –le riñó ella-. Y un día habrás sobre pasado el límite. Te exijo que permitas que Klara tenga su abuelo por lo menos durante quince años más. Después podrás hacer con tu vida lo que quieras.

-Ya, bueno…, la verdad es que no entiendo cómo pudo ocurrir. No es la primera vez que me baja el índice de azúcar.

-Eso tendrás que hablarlo con el médico. Yo me refiero a otra cosa: a tu obligación de seguir con vida.

Wallander asintió sin decir nada, el costaba pronunciar cada palabra y se sintió invadido de un curioso y persistente cansancio. [ob. cit. pág. 209]

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