Ya estoy habituado a disociar a Henning Mankell de su personaje más conocido y nuestro inspector particular, Wallander. Recuerdo que llegué a este autor por las novelas donde el este inspector sueco era el protagonistas, así en principio me costara disociarlos. Hoy ya lo he superado y Zapatos italianos, TusQuest, 2007 es una de esas obras lejos de Wallander, pero muy recomendable.
Un médico, mayor retirado, no tanto por la edad, en una isla pequeña en la que vive solo con su perro, tan mayor como él, y su gato. El carácter un poco distante, frío, y no por el hielo y la nieve que le rodea. No recibe visitas y su cartero, al que ve poco es su contacto con el mundo.
Un día, después de salir del baño en el mar, después de haber practicado un agujero en el hielo, descubre, bueno él lo cuenta así: “Justo cuando acababa de salir para regresar a casa cesó el viento racheado. Algo me asustó y contuve la respiración. Me di la vuelta. En medio del hielo había una persona”. No sigo, mejor dejarlo así.
¿Qué va a pasar? Pues no les adelanto más que, una antigua novia, una paciente y otras historias cambian la vida de este médico que había hecho de su soledad una forma de vida. Recomendable, así que les dejo con algunos párrafos. Espero que los disfruten.
Hoy no hay correo.
Tampoco hubo ayer. En cambio, sí que viene Janson, el cartero del archipiélago. No tiene correo para mí. Se lo he prohibido. Hace ya doce años le advertí que no llegase hasta mi muelle cuando sólo tuviese folletos publicitarios. Me casné de todas esas ofertas especiales de ordenadores y solomillos. Le dije que no tenía ningún interés en exponerme a la influencia de personas que sólo querían dirigir mi vida persiguiéndome con sus ofertas especiales. Intenté explicarle que la vida no consiste en precios reducidos. La vida consiste, de hecho, en algo sustancial. No sé qué es, pero uno debe creer que la vida tiene una sustancia y que el sentido oculto se encuentra en un nivel que está por encima de todos los cupones de descuento y los sorteos.
Discutimos. Pero ésa no fue la última vez. A veces me da por pensar que es esa irritación nuestra la que nos mantiene unidos. Sin embargo, después de aquella ocasión nunca más volvió a traerme publicidad. La última vez que me trajo una carta, era del ayuntamiento. Y de eso hace siete años y medio. Fue un día de otoño de marea baja y fuerte ventisca del nordeste. Me comunicaban que me habían asignado una plaza en el cementerio. [ob. cit. pág. 22]
No hay comentarios:
Publicar un comentario