miércoles, 17 de febrero de 2010

ARTHUR SCHOPENHAUER

Recuerdo que en mi época de estudiante cuando cursaba quinto de bachillerato, año 1967 o 1968, tenía una profesora de matemáticas, rubia, muy elegante, que era muy taxativa en sus afirmaciones, por ejemplo, nunca se me olvidará aquella verdad dicha en una clase de geometría: tres puntos no alineados determinan un plano”. Ella lo decía con un tono que no quedaba duda, era así y punto.

En lugar de sus tres puntos y en un plano pensemos en la vida de un individuo, los tres elementos –puntos- que la configuran son: su ámbito más privado, personal, en primer lugar; en segundo lugar el ámbito social y por último el profesional. Damos por hecho que están más o menos interrelacionados, pero cada uno de ellos abarca un espacio determinado con fronteras difusas y en conjunto conforman la vida de ese individuo. Pero vayamos un poco más allá cada uno de los ámbitos citados están cohesionados por un conjunto de valores y principios que definen a esa persona y se presenta como un todo. Desde el exterior observamos, convivimos, discrepamos, amamos, denostamos, zaherimos, (pueden incluir todo lo que quieran) a ese individuo, y así, cada persona que ejerce de observador de esa persona crea una imagen, que siempre será una imagen a medida de los prismas que se usen para determinarla.

¿Cuál es la mejor imagen que la define? Cada responsable de defender su retrato recreado, buscará los argumentos precisos para sostenerlo; ahora bien la imagen que se levanta desde el rencor y el resentimiento, siendo éste elevado a la categoría de derecho, convendrán que usa una lente con aberraciones, dará una estampa cuando menos borrosa y con poder corrosivo con seguridad. Quien así levanta imágenes donde sólo le mueve la suma del rencor y el resentimiento, sabe cabalmente que las distorsiona y así, conscientemente, añade maldad. La maldad y el rencor se pueden hacer pasar por dolor y la faz que se presenta varía desde las atormentadas dolorosas del barroco español y las angelicales madonas de los pintores renacentistas.

Recurramos contra este estilo leyendo, en este caso a Schopenhauer que ayuda a entender algo a cerca de la envidia y sobre la felicidad, sobre la que nos propone algo importante: Intentar ser moderadamente feliz. Les dejo con sus textos.

Regla nº 2

Evitar la envidia: numquam felix eris, dum te torquebit felicior [“Nunca serás feliz si te atormenta que algún otro sea más feliz que tú”, Séneca, De ira III, 30,3].

[…] envidia; y sin embargo, ¡nos esforzamos incesante y principalmente en suscitar envidia!>.

Regla nº 36

El medio más seguro para no volverse infeliz es no desear llegar a ser muy feliz, es decir, poner las exigencias de placer, posesiones, rango, etc. a un nivel muy moderado; porque precisamente la aspiración a la felicidad y la lucha por ella atraen los grandes infortunios. Pero esa moderación también es sabia y aconsejable por el mero hecho de que ser infeliz es muy fácil, mientras que ser feliz no sólo es difícil, sino del todo imposible […].El arte de ser feliz. A. Schopenhauer; Herder, 2007.

No estoy plenamente de acuerdo con Arthur Schopenhauer cuando afirma que nos esforzamos en suscitar la envida. Ésta en muchos casos está en la percepción de los demás, no en la intención de uno. Creo.

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