La
literatura concentracionaria siempre ha tenido parra mi un extraño atractivo.
No es grata o reconfortante su lectura, y en la mayoría de los casos mientras
avanzas en los relatos más se te pega el estómago al espinazo por lo que en
ellos se describe. El valor que tiene para mi este tipo de lecturas está en
comprobar entre que extremos se mueve la condición humana que va desde la del
opresor hasta la del oprimido. El detenido que sufre el peso de un sistema que
busca su aniquilación de forma “científicamente estudiada”, en la que su
condición de ser humano desaparece y su identidad, por ejemplo, queda reducida
a un número y su cuerpo no es más que un depósito de dolores y angustias camino
a la destrucción total. En el otro extremo quien personifica el sistema de
aniquilación es alguien cercano, que golpea, que insulta, que aniquila
directamente. No es un sistema, es una persona quien lo identifica, representa,
dentro del cercado de alambradas y muros.
La geografía de esta literatura
concentracionaria es muy amplia,
fundamentalmente y originaria de Europa, pero el paso del tiempo ha ido
ampliando sus fronteras. La Alemania nazi, la Rusia soviética, Camboya, Cuba y
su Guantánamo. No sigo, pero podríamos añadir más "banderitas" en el
mapamundi del terror.
En El fiel Ruslán, Gueorgui Vladímov; Libros del Asteroide, 2013, el autor nos ofrece una óptica
distintas, nueva en la percepción de la vida carcelaria. En esta ocasión Ruslán
es un perro que vigila a los “harapientos” en un campo de trabajo en Siberia,
donde los hombres tienen a talar árboles. El momento de la narración es
desasosegante para nuestros ojos/perro, pues el campo se queda vacío de
“harapientos” sus amos también desaparecen, ya no es imprescindible. Desde esta
perspectiva se vive la vida en un campo de trabajo en el que (da igual donde
sea) se reiteran las escenas de degradación y deterioro humano. Vladímov lo
cuenta con sencillez, pero con un realismo en el que llegas a percibir al
“harapiento” por el olfato.
Gueorgui Vladímov |
Les dejo con un texto por si les
resulta interesante.
“La
ropa del Harapiento podía descomponerse de lo gastada que estaba y podía
reemplazarla por otra, pero la piel no podía cambiarla y seguiría encerrando en
sus poros, hasta que no se descompusiera esta a su vez, ese olor imperecedero,
irremplazable: el olor de la ropa lavada y recalentada para despiojarla,
impregnada cien veces en el abundante sudor de la debilidad, el olor a
enfermedad y a medicinas que no habían curado ni una sola enfermedad, porque
todas se llamaban igual: “espera inútil”, olor a fogata que se contemplaba
durante largo rato con pupilas dilatadas, tratando de mantener vivo un hálito
de esperanza, y el olor de las mismas esperanzas que le quemaban en los
músculos flácidos; olor a catres duros, capaces, no obstante, de regalarle un
sueño profundo como la muerte, refugio extremo del corazón exhausto; olor a
miedo, a melancolía y de nuevo a esperanza, olor a sollozos sordos sofocados en
el colchón y enmascarados en accesos de tos.” [ob. cit. págs.
74-75]
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