La
conmemoración del centenario del comienzo de la Gran Guerra se ha convertido en
una magnífica coartada para dar rienda suelta a la publicación de trabajos de
investigación, ensayos, novelas, reediciones de obras que estaban en el cajón
del olvido; en fin nos hemos podido aprovechar de esta circunstancia para poner
al día todo lo que rodea a este acontecimiento y las repercusiones que ha
tenido.
Pierre Lemaitre en Nos vemos allá arriba; Salamandra, 2014 arranca la trama de su novela cuando ya se empieza a
rumorear que la guerra está tocando a su fin, que el armisticio está al llegar.
En este marco se va a fraguar la amistad, una amistad muy profunda, de dos
soldados franceses y de ahí hasta el núcleo de la novela, fundamentado en un
hecho real, el fraude colosal en la exhumación de los cadáveres de cientos de
miles de soldados para llevarlos a cementerios militares.
En un mundo de necesidades, el
negocio con la muerte es uno más; el París de la posguerra, depauperado y
hambriento, militares que se tienen como objetivo colocar medallas en su
pechera sin que el coste en vidas sea un freno en sus ambiciones, son algunos
de los caminos por donde circula esta novela.
Pierre Lemaitre forjado en la novela
negra consigue que lector quede pegado a esta historia, que bascula desde la
sordidez del negocio sin escrúpulos, hasta la amistad, sin condiciones de dos
camaradas de guerra, y todo ese recorrido se hace de forma ágil y sin
concesiones ni coartadas a los personajes.
Recomendable su lectura, así que,
como siempre, les dejo unos párrafos por si sirven para animarlos.
Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía tiempo. precisamente a causa de la guerra. así que, en octubre, Albert recibió con bastante escepticismo los rumores sobre el armisticio. Les dio tanto crédito como a la propaganda del principio, que aseguraba, por ejemplo, que las balas de los boches eran tan blandas que se estrellaban contra los uniformes igual que peras pasadas y provocaban las carcajadas de los regimientos franceses. en cuatro años, Albert había visto la tira de tipos muertos de risa por el impacto de una bala alemana.
Era consciente de que su negativa a creer en la inminencia de un armisticio tenía algo de superstición: cuanto más se espera la paz, menos crédito se da a las noticias que la anuncian, es un modo de ahuyentar la mala suerte. Sólo que esas noticias llegaban día tras día en secuencias cada vez más seguidas y en todas partes se repetía que la guerra estaba realmente a punto de terminar. Por increíble que pudiera parecer, incluso se pronunciaron discursos sobre la necesidad de desmovilizar a los veteranos, que llevaban años en el frente. cuando el armisticio se convirtió al fin en una perspectiva razonable, hasta los más pesimistas empezaron a acariciar la esperanza de salir con vida de la contienda. [ob. cit. pág. 13]
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