No sé las razones por las que Amos Oz no forma parte de mis autores habituales. No sé por qué sus libros han cambiado de lugar en las estanterías y en la última mudanza han sido los últimos en volver a un lugar en los estantes. No sé por qué han permanecido en el olvido y lejos de la curiosidad. No lo sé.
Tampoco sé, ahora qué me ha movido para leer ahora algo de lo que ha publicado. Tampoco he hecho la elección de forma premeditada, un título en lugar de otro. El azar dentro de lo que tengo de Amos Oz ha hecho que la obra elegida sea: “Una historia de amor y oscuridad”. Me gusta lo que he leído y creo que no me voy a arrepentir de la elección. Como me gusta, de lo que he leído les dejo algunos párrafos que los disfruten.
“Lo único abundante en casa eran los libros: había libros de pared a pared, en el pasillo, en la cocina, en la entrada, en los alféizares de las ventanas, en todas partes. Miles de libros en cada rincón de la casa. Se tenía la sensación de que si las personas iban y venían, nacían y morían, los libros eran inmortales. Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se las puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero un libro, aunque se lo elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reikiavik, Valladolid o Vancouver.
[…] podía adivinar su dolor: mi padre tenía una relación sensual con los libros. Le gustaba tocarlos, escudriñarlos, acariciarlos, olerlos. Le excitaban los libros, no podía contenerse, enseguida les metía mano, incluso, a los libros de personas desconocidas. Es cierto que los libros de antes eran muchos más sexys que los de ahora: tenías qué oler y qué acariciar y tocar”. [págs. 30 y sigs.]
Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad, Círculo de Lectores, 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario