sábado, 2 de mayo de 2009

COETZEE: TIERRAS DE PONIENTE


Hace poco leía que leer a J.M. Coetzee tenía un doble coste. El primero económico, cuando vas a la librería a adquirir sus libros; el segundo emocional porque cuando tomas en tus manos alguna de sus obras y desde las primeras páginas se muestra con toda amplitud su capacidad en el uso del lenguaje, brillante en sus argumentos y descripciones corrosivo en sus comentarios y sarcástico en extremo. Más cosas se pueden descubrir cuando lees obras como Desgracia [2000], Hombre lento [2005], incluso, en Infancia [2001] cuando describe a su padre.

La misma sensación me ha causado lo último que he leído: Tierras de Poniente [1974], su primera novela y que ha llegado por Mondadori, ahora en 2009. Los dos relatos del texto, proyecto Vietnam y la narración de Jacobus Coetzee tienen plena vigencia porque son una muestra, el primero, de la opresión del grande, la gran potencia frente al pequeño y disidente. La prepotencia de la cultura occidental en su aspecto más dominador frente a la supervivencia de estilos y modos diferentes. En lugar de Vietnam y salvando las distancias en el tiempo se pueden trasladar el contenido, su esencia a Irak o Afganistán. La narración de Jacobus Coetzee es uno de los ejemplos más descarnados y crueles que he leído de la presencia de los colonos en África. La frialdad del relato del colono que se enfrenta a unos seres inferiores, que no es sólo una expresión de desprecio, sino una vivencia, una certeza interiorizada que envuelve las atrocidades cometidas con los indígenas.

Les dejo algunos párrafos y espero que les resulte interesante.

La única manera segura de matar a un bosquimano es atraparlo en campo abierto, donde tu caballo lo pueda alcanzar. A pie uno no tiene ninguna posibilidad, el bosquimano lo sabe todo sobre las armas de fuego y se mantiene fuera de su alcance. El único al que yo atrapé yendo a pie fue a una anciana en las montañas: la encontré en agujero entre las rocas abandona por su gente, demasiado vieja y enferma para andar. Porque no son como nosotros, no cuidan de sus ancianos, cuando ya no puedes seguir el ritmo de la tropa dejan un poco de comida y agua y te abandonan a merced de los animales.

Es solo al cazarlos igual que se caza al chacal cuando puedes limpiar de verdad un terreno. Hacen falta muchos hombres. La última vez que barrimos este distrito contamos con veinte granjeros y sus hotentotes, casi un centenar de cazadores en total. Desplegamos a los hotentotes en una línea de dos millas y al alba los mandamos a batir un lado de las colinas. Nosotros esperamos a caballo al otro lado, escondidos en un pequeño desfiladero. Muy pronto la tropa de bosquimanos bajó la ladera al trote, nosotros sabíamos que estaban allí, nuestro ganado llevaba meses desapareciendo. No era la tropa de Dam, aquella vez era otra. Esperamos que estuvieran en campo abierto y a que los hotentotes alcanzaran la cima de la colina, porque entre las rocas un bosquimano se puede esconder en cualquier parte, simplemente desaparece en una grieta y no sabes que está ahí hasta que te clava una flecha en la espalda…. [ob. cit. 86-87]

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