jueves, 28 de junio de 2012

LECTURA: DE EL ALEMEIN A ZEM ZEM, KEITH DOUGLAS

Como suele ocurrir con esto de las lecturas existen pequeñas joyas escondidas que llegan tarde, pero llegan a tus manos. Eso me ha pasado con el relato que escribe Keith Douglas (1920-1944) sobre su participación en la famosa batalla de El Alemein en la segunda guerra mundial. De El Alemein a Zem Zem; Reino de Ronda, 2012, es la desmitificación de la épica de la guerra, es el relato de alguien que quiere estar allí y cuenta qué y cómo vive: “No escribo sobre estas batallas como soldado, ni intento comentarlas en tanto que operaciones militares. Pienso en ellas –de forma egoísta, pero tal como siempre las recordaré- como mi primera experiencia de combate: y así es como hablaré de ellas. Decir que consideré la batalla de El Alemein como una ordalía suena pomposo, pero sí pensé en ella como una prueba importante, que tenía todo interés en superar”.
           
            Desde un destino cómodo en la retaguardia hace lo posible y lo imposible por participar activamente en el frente, en la campaña de África a bordo de un blindado Crusaders, que durante gran parte del relato se convierte en el ombligo del mismo y lo que sucede en él y su alrededor dan cuerpo a numerosas páginas en las que desgrana lo cotidiano y más pegado a la piel del conflicto y que en definitiva son las historias que no salen en los grandes tratados sobre la guerra. “Tuve que esperar hasta 1942 para entrar en acción. Me alisté en septiembre de 1939 y, durante los casi dos años que anduve haciendo tiempo por ahí, nunca me abandonó la certeza de que la experiencia del combate era algo que debía adquirir. Con independencia de los cambios que se puedan producir en la naturaleza de misma de la guerra, el campo de batalla es el sencillo escenario principal de la misma: es en él donde ocurren las cosas interesantes”. Las noches sirven para, no solo descansar sino comentar, discernir el por qué de la guerra, consecución de intereses, y allí está la tropa para que se materialicen esos intereses. Y así ve a sus iguales: “Resulta emocionante y asombroso ver a miles de hombres, muy pocos de los cuales tienen un atisbo de por qué luchan, pasando penalidades, viviendo en un mundo antinatural, peligroso, aunque no del todo terrible, teniendo que matar y ser muertos y, con todo, a ratos conmovidos por un sentimiento de camaradería hacia los hombres que los matan y a quienes ellos dan muerte, porque están sufriendo y experimentando las mismas cosas”. Las relaciones con los compañeros en un ejército como el inglés donde la vieja escuela marca mucho, junto con su tradición de ejército colonialista y donde las diferencias de clases están muy marcadas son las coordenadas que enmarcan las palabras anteriores y el conjunto de la obra; el pillaje como forma de sustento y de obtener trofeos de conquista, es otro de los momentos a los que Douglas dedica tiempo. Una Lüger, una Beretta son algunos de los ejemplos de trofeos, que después si hace falta se intercambian por lo que se necesite en un momento determinado.

            La vida cotidiana en los campamentos, el papel de los libros en los momentos de ocio; el miedo antes de entrar en batalla o al percibir al enemigo en la lejanía, el dolor físico producido, no ya por heridas de guerra, sino picaduras de insectos, dolores de cabeza, resacas, como no. La falta de aseo, suciedad y los “achaques” del blindado son algunos de los “lugares” por donde discurre el relato, junto con todo el recorrido que hace por los hospitales de campaña después de sufrir las consecuencias de la explosión de una mina. Todo esto junto a las descripciones del paisaje, el desierto se presta a ello, y a lo mejor como lectores tenemos presentes las imágenes que nos ha dejado el cine con Lawrence de Arabia, por ejemplo.
           
            En fin, una obra necesaria para colocar al lector cerca de lo cotidiano del soldado y que lo es porque ha buscado estar en primera línea de batalla y que a pesar de ese interés no lo tiene o no busca en el relato, como indica al principio la visión del militar. Les dejo con algunos párrafos más y espero que les resulte sugerente lo comentado.
           
            “Las tumbas cavadas y marcadas con más premura eran de italianos, en algunas de las cuales habían colgado o depositado el feo casco colonial italiano forrado de verde. Hay algo impresionante en esos cascos de acero colgados en las cruces, algo que vincula a esos muertos con caballeros enterrados bajo su escudo de armas. Pero cuán patéticamente lógico y humano –uno de esos toques de involuntaria comedia que hace difícil que se enfade uno con ellos- que los italianos hayan suplido el casco de acero con un ridículo salacot de rebajas abollado. Pero el casco de acero constituye una lápida impresionante y es su propio epitafio. El casco colonial de cartón sólo parece indicar que hay basura debajo y para eso bien se podría dejar un desecho cualquiera para marcar el sitio. Tal vez este epitafio le llegue más al corazón a los que lo lean”

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