jueves, 8 de abril de 2010

LECTURAS: LOS ESCLAVOS DE LA SOLEDAD. PATRICK HAMILTON


El título ya en sí mismo es sugerente por lo que encierra vivir la soledad. Patrick Hamilton [1904-1962] recrea en Los esclavos de la soledad, Galaxia Gutenberg, 2008 la vida de un conjunto de personas que comparten, principalmente, la soledad de vivir solos. No es una reiteración, porque se puede vivir en compañía y vivir una extraña soledad, pero soledad a fin de cuentas. Pues alrededor de nuestra estrella, la señorita Roach, un grupo de personas viven en una pensión en las afueras de Londres en plena segunda Guerra Mundial, 1943. El marco, la adusta pensión y las estrecheces impuestas por la guerra refuerzan el aislamiento de los protagonistas. “La galaxia de personajes” dentro del comedor de la pensión manifiesta lo poco que tienen en común, salvo la soledad, y en momentos determinados convergen superficialmente, o por el contrario se repelen algunos de sus miembros, la señorita Roach y el señor Thwaites, por ejemplo.

Hamilton logra retratar a los personajes para presentarlos al lector descarnados de cualquier atributo de compasión: “Cuando por fin salía de la habitación, los demás huéspedes de edad ya estaban dedicados a sus asuntos, es decir, a los asuntos de aquellos que en realidad no tienen nada que hacer en esta Tierra más que arrastrar sus respectivos cuerpos achacosos por senderos alejados de malestares y enfermedades, en dirección a la enfermedad final que los habrá de exterminar”. Hamilton es rotundo con ellos, con su forma de vida: “Porque casi todos los que vivían en las pensiones de Thames Lockdon estaban convencidos de que habían perdido el lugar que les correspondía en el mundo, de que habían ido a parar allí por una mera anomalía del destino”. También es sutil con los escenarios y hechos cotidianos de esta historia: “Verdad que ciertos sonidos de la calle ascendían hasta los dormitorios mal ventilados y con las cortinas corridas –el estruendo de un camión esporádico que pasaba, la intermitente perturbación de la quietud causada por el lechero y el barrendero, los pasos apresurados de las pocas personas que iban a coger el primer tren, la conversación de las chicas que acudían a sus empleos bélicos en bicicleta…-, pero el día no empezaba de hecho en Rosamund Tea Rooms hasta que Sheila empezaba a trotar por la casa y llamar a las puertas”. El día empezaba así, pero Hamilton todavía afina más y: “La señora Payne, al golpear tímidamente el gong en la planta baja, anunció el comienzo real de la jornada y el fin de la intimidad”. Intimidad que está tan vacía y encartonada como la vida social que hacían.

Hamilton dentro de su análisis de los personajes busca una visión externa a los mismos, y el observador casi comparte con el lector el mismo lugar de examen: “Este respetable caballero sentía cierto interés por la naturaleza humana, y, sin que los huéspedes lo supieran, los estudiaba y llegaba a sus propias conclusiones sobre ellos.

Contemplados así, desde fuera, estos huéspedes, en su mortecino comedor, de esta casa mortecina, de esta calle mortecina, de este pueblo mortecino, en el invierno grisáceo y mortecino de la fase más letal de la guerra más mortífera de la historia, así contemplados desde cierta distancia, ofrecían un espectáculo extraordinario.

Albert Brent, al que le gustaba charlar y tomarse una cerveza, no entendía como había gente que pudiera vivir así, cómo habían llegado –y seguían sufriendo- a ese estado de aletargamiento, monotonía, inactividad, estulticia y silencio. Más que suficiente, pensaba, para volver a cualquiera loco de remate.

No hablaban, no se reían, no parecían disfrutar de la comida, no parecía que salieran mucho ni poco, no parecían tener ningún interés, no parecían caerse muy bien, ni siquiera odiarse, no parecía que se dedicaran a nada…”.

Espero que les resulte sugerente y se decidan por su lectura. Recomendable.

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