viernes, 25 de febrero de 2011

LECTURAS: EL HOMBRE VIGILADO. VESKO BRANEV


Llevo una temporada enfrascado en esto de los estados totalitarios y algunas de sus consecuencias sociales. En el tiempo casi han coincidido el visionado y comentario de películas como 4 meses, tres semanas y dos días, La vida de los otros, la guerra civil, la posguerra en España y por último el golpe de Tejero. Todo esto vino después de la lectura, por casualidad de una biografía: El hombre vigilado de Vesko Branev [1932]; Galaxia Gutenberg, 2009. En sus páginas no hallarás la épica del sufrimiento físico, ni un repaso de las atrocidades de un sistema totalitario en los campos de internamiento. Es otra cosa, es la vida cotidiana de un ciudadano no afecto al régimen y que soporta el peso de esa malla entretejida por el poder, anudada por las delaciones, el miedo y las filias al poder para alcanzar sus míseras prebendas. En esta red se favorece la vida de individuos con dos sombras, una que acompaña al militante comunista por oportunismo/necesidad y otra, atribulada, que sufre el rigor del partido único.

Vesko Branev, búlgaro de nacimiento acusado de intentar huir a occidente desde la República Democrática Alemana [RDA], es repatriado su país y allí busca ganarse la vida como escritor, periodista y cineasta, pero permanentemente vigilado hasta extremos de auténtica paranoia. El afán por controlar a los ciudadanos hasta límites inverosímiles convierte su relato en una suma de situaciones en la que la vida casi parece carente de sentido. Desconfías de todo y de todos los que te rodean. Son potenciales ojos del régimen que necesitan de una delación para afianzar su posición en quienes manejan los hilos de esta trama de desconfianza y recelos. Les dejo con algunos párrafos. Espero que sean de su interés.

Una de las pruebas a las que estábamos sometidos en tiempos de régimen comunista totalitario era saber medir qué parte de nosotros debíamos salvaguardar a toda costa, y cuál había que sacrificar para seguir viviendo, o al menos sobreviviendo. ¿Cuáles eran los valores y las prohibiciones sin las que podíamos seguir viviendo? Algunos superaban esta prueba sin sufrir, mientras que para otros era una auténtica tortura.

Lo que yo más temía era sufrir una regresión y volver al estado primario que diagnosticaba en no pocas personas a mí alrededor. Una amiga vino un día verme muy contenta para decirme que había asistido a una comida privada en casa del secretario general del partido único y su mujer. Aunque yo no le había pedido nada, ella había hablado un momento con la primera dama sobre mis problemas de alojamiento, y mi amiga me dijo resplandeciente de orgullo: “la tía Mara me ha dicho que metas tu nombre y tu dirección en un sobre y lo entregues al miliciano que vigila su casa en Oborichte”. Era evidente que se alegraba de poder ayudarme. Le di las gracias, pero nunca di ese paso. No porque me negara a beneficiarme de un favor injusto respecto de otras personas con problemas de alojamiento, sino porque el precio a apagar era muy elevado. En efecto, habría de entregar mi libertad de opinión a cambio del reconocimiento de benefactores a los que despreciaba casi abiertamente, y eso era lo que no podía sacrificar. Mi pequeña independencia –que en realidad quizá sólo fuera irresponsabilidad- era tan importante para mí que por nada del mundo la habría cambiado por un piso de tres habitaciones. A las personas que actuaban como yo las trataban de idiotas, pero si había que elegir entre el grupo socialmente impedidos y el de los moralmente amputados, preferiría formar parte del primero. [ob. cit. págs. 337-338]

LA VIDA DE LOS OTROS

CUATRO MESES, TRES SEMANAS Y DOS DÍAS

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