Siete historias incluye Nam Le en El barco, Mondadori; 2010. En trescientas una páginas recrea siete mundos distintos, distantes en el tiempo y en el espacio. Todas y cada una de las historias están llenas de personajes cuyos retratos son completos, no olvidan ningún rasgo, así que, se nos presentan sin dobleces ni zonas oscuras, son lo que Nam Le dice que son.
Con la misma precisión y habilidad con la que perfila a sus personajes maneja el tiempo narrativo, de manera que lo aquilata o lo contrae para que el ritmo no decaiga y la atención no se diluya en detalles que no merecen importancia. Ese ejercicio se apoya en una prosa limpia de excesos al uso para rellenar páginas con tramas secundarias que sólo son hojarasca.
La versatilidad de Nam Le nos traslada desde el Medellín de un joven sicario, hasta el destartalado barco que navega por el sudeste asiático atiborrado de emigrantes, pasando por el piso de un joven vietnamita, aprendiz de escritor en Estados Unidos, que recibe la visita de su padre, al que conoce y no conoce, porque hay zonas oscuras de su pasado como soldado en Vietnam; de ahí, a la ciudad de Hiroshima un caluroso día de agosto de 1945, previo a lo que es motivo de sonrojo para la Humanidad. Hay otros escenarios y personajes, pero será la lectura la que les lleve a éstos y aquéllos y les atrape Nam entre sus páginas.
Creo que me faltan palabras para recomendar esta obra, pero si recomiendo vivamente su lectura y como lector me toca esperar a que Nam Le vuelva a tener la inspiración para escribir páginas como las de El barco y así seguir disfrutando de la buena literatura.
“Me llamo Juan Pablo Meréndez (sic), y llevo cuatro días escondido en casa de mi madre. Me llaman Ron porque una vez, cuando era pequeño, en una apuesta me bebí un medio de ron de Medellín, y luego y no vomité.
Soy sicario, asesino a sueldo. He sido sicario durante cuatro meses, aunque mi agente, el Padre, dice que en realidad soy un soldado y que lucho por una causa. No ha sido una causa, sin embargo, sino mis propias manos las que han causado la muerte a catorce personas seguro, y quizá a dos más. A cambio, el Padre me ofrece una casa segura en el barrio, donde vivo solo, y me paga ochocientos mil pesos al mes, y otros trescientos mil por cada trabajo. De esto, al menos cuatrocientos mil pesos al mes son para mi madre, que le reza a su dios por mi delincuencia, pero acepta el dinero para sus medicamentos y ropa y su televisión por cable y no hace preguntas.
Lo llaman un trabajo de oficina, porque el sicario está siempre esperando una llamada de teléfono. En Medellín se valora mucho tener un trabajo de oficina. [ob. cit. pág. 51]
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