domingo, 10 de octubre de 2010

LECTURAS: DIARIO DE UN AMA DE CASA DESQUICIADA. SUE KAUFMAN


A medida que avanzaba en la lectura de “Diario de un ama de casa desquiciada”, Libros del Asteriode, 2010; de Sue Kaufman [1926-1977] con más claridad veía lo frágil y falso que resultan los lazos que se han dado a conocer del modelo de familia americana, blanca, por supuesto y de posición acomodada. Él, abogado con una posición respetable, modelo de “status climber” y que quiere hacerse un hueco en un grupo social con inquietudes seudo-culturales, o por lo menos un barniz cultural. Ella, Tina, la protagonista es el modelo de ama de casa-esposa-madre, en un paquete integrado que ha de cumplir con las preocupaciones máximas que se le exige ene se papel, a saber: horario para pasear al perro por Central Park, cuidar a las niñas, administrar la economía doméstica y “lidiar con el personal de servicio”.

Con este modelo falso en un decorado falso y una relaciones interpersonales huecas, Tina va descubriendo poco a poco que siente, padece, que tiene fobias y deseos que están satisfechos, que vida es algo más que una agenda parlante y un servicio para todo, incluido lo de “darse un revolcón” a voluntad del señor de la casa. Todo lo que vive, vamos lo podríamos poner entrecomillas lo relata en un diario que Sue Kaufman utiliza para desnudar a esta falsa sociedad. A medida que pasan los días el desasosiego de Tina aumenta, al igual que la distancia con su marido, con sus hijas, incluso con la vida misma.

Les dejo con algunos párrafos. Espero que les resulten interesantes.

“Ya basta de la casa preciosa, pasemos a otra cosa material: la ropa. Como no me apetece demasiado hablar de la mía, veamos la de Jonathan. Jonathan tiene veintitrés trajes, siete chaquetas de sport, nueve pares de pantalones informales, dos gabardinas, cinco abrigos y un batín de terciopelo color ciruela que, a Dios gracias, casi nunca se pone. Tiene treinta y cinco camisas y once pares de pijamas (dos de seda), tres batas, quince pares de zapatos, doce pares de guantes, y sabe Dios cuántos pares de calcetines y calzoncillos. Tiene nueve suéteres, tres esmóquines completos, un frac que nunca se ha puesto, un delantal de mayordomo de terliz a rayas que se pone como “chiste” cuando prepara el aliño de la ensalada y la remueve en las cenas íntimas con amigos. […]

Podrá seguir indefinidamente, pero de repente me han entrado unas náuseas terribles. Ya sé que el hábito no hace al monje, pero de repente me he dado cuenta de que no sé quien se esconde bajo toda esa ropa. Es decir, ¿quién es ese pájaro a quien le divierte ir de paseo hasta Fraser Morris un frío y despejado sábado de otoño por la tarde a comprar una libra de salmón ahumado o un Brie entero, con un conjunto al que solo le falta un bastón taburete? ¿Quién es esa maravilla vestida de mezclilla, ese chico fino vestido de lino, ese cara larga vestido de sarga? Jonathan. ¿Estás ahí, Jonathan? Si es así, sal. Por favor. Sal, sal estés donde estés” [Ob. cit. págs. 56-57]

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