La programación de la Filmoteca canaria con el ciclo “ciudades del cine” me ha permitido ver de nuevo en pantalla grande Sostiene Pereira, 1996 del director Roberto Faenza. Después de tantos años recordar al viejo periodista interpretado magistralmente por Marcelo Mastroianni fue un placer.
Pereira, que como periodista renuncia a su profesión de conocer, interpretar y difundir la realidad que vive en una época convulsa no sólo en su Lisboa natal, sometido su país a una dictadura y el vecino, España en una guerra civil después de un golpe militar. Finales de los treinta del siglo pasado fueron años difíciles en la Europa, cuna de la Ilustración.
Al renunciar a su papel de periodista se queda en redactor de una página literaria que se ocupa de dar barniz a viejas glorias de la literatura; mientras los acontecimientos pasan ante sus ojos y oídos, ya que el camarero que le sirve la cotidiana limonada es la voz de los que no la tienen, aún así intenta mantener esa posición de no inmiscuirse en nada porque cree que nada puede hacer. De esta situación absorta socialmente saldrá, pero les dejo que lo averigüen si ven la película o leen la novela que también es de lo mejor que ha escrito Antonio Tabucchi.
Les dejo con unos párrafos de la novela que espero sean sugerentes.
“El camarero pasó tocando la campanilla para llamar al comedor. Pereira se levantó y cedió el paso a la señora Delgado. No tuvo el valor de ofrecerle su brazo, sostiene, porque pensó que ese gesto podía herir a una señora que tenía una pierna de madera. Pero la señora Delgado se movía con gran agilidad a pesar de su miembro artificial y le precedió por el pasillo. El vagón restaurante estaba cerca de su compartimiento, de modo que no tuvieron que caminar demasiado. Se sentaron en una mesa en la parte izquierda del tren. Pereira se metió la servilleta en el cuello de la camisa y sintió que debía pedir disculpas por su comportamiento. Discúlpeme, dijo, pero cuando como me mancho siempre la camisa, mi asistenta dice que soy peor que los niños, espero no parecerle un provinciano. Detrás de la ventanilla se deslizaba el dulce paisaje del centro de Portugal: colinas verdes de pinos y aldeas blancas. De vez en cuando se veían viñedos y algún campesino que, como un punto negro, adornaba el paisaje. ¿Le gusta a usted Portugal?, preguntó Pereira. Me gusta, contestó la señora Delgado, pero no creo que me quede mucho, he visitado a mis parientes de Coimbra, he reencontrado mis raíces, pero éste no es el país más adecuado para mí y para el pueblo al que pertenezco, estoy esperando el visado de la embajada americana, dentro de poco, por lo menos eso espero, partiré para los Estados Unidos. Pereira creyó entender y preguntó: ¿Es usted judía? Soy judía, confirmó la señora Delgado, y la Europa de estos tiempos no es el lugar más adecuado para la gente de mi pueblo, especialmente Alemania, pero tampoco aquí es que nos tengan demasiada simpatía […]
He notado que estaba leyendo a Thomas Mann, dijo Pereira, es un escritor que aprecio mucho. A él tampoco le hace feliz lo que está sucediendo en Alemania, dijo la señora Delgado, yo no diría que esté contento, no. Quizá yo tampoco esté contento con lo que está sucediendo en Portugal, admitió Pereira. La señora Delgado bebió un sorbo de agua mineral y dijo: Pues, entonces, haga algo. ¿Algo como qué?, contestó Pereira. Bueno dijo la señora Delgado, usted es un intelectual, diga lo que está pasando en Europa, exprese su libre pensamiento, en suma, haga usted algo.”
Tabucchi, Antonio; Sostiene Pereira, Anagrama, 1995
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