Craig Russell, (1956, Escocia) ha conseguido en Lennox, Roca Editorial, 2010 poner los cimientos de lo que puede ser una larga y fructífera serie de novela negra alrededor de Lennox, investigador privado que alquila sus servicios, pro no se vende. Tiene el momento y el lugar adecuado. Principio de los años cincuenta en Glasgow.
Si ya tiene el momento y el lugar, ahora sólo falta trasladarlo al lector con cierta maestría, de eso se trata cuando se escribe, y que éste pueda disfrutar de las descripciones y así poder imaginar donde se mueve Lennox. Con un lenguaje contundente, claro y conciso Russell consigue que casi podamos sentirnos asfixiados en el smog de la ciudad, arruguemos la nariz cuando entra en los callejones oscuros que hacen de urinarios públicos o los ojos nos lagrimeen del humo del tabaco en los bares y pubs que transita. Si a lo anterior le unimos un humor negro, ácido con mucho sarcasmo, y aparecen los personajes propios de las novelas negras, como por ejemplo matones como armarios pero de cerebro minúsculo, o mujeres despampanantes y con un punto de maldad más sofisticada que la de los matones habituales, y también más eficaz, así que ya lo tenemos todo. Lennox casi seguro triunfará.
Como Russell ya tiene experiencia en eso de series de novelas con un personaje central, pues casi se garantiza el éxito de esta nueva colección, así que les dejo con algunos párrafos de esta novela y espero que les resulten sugerentes.
“Es difícil desaparecer en Glasgow –como me había dicho Jock Ferguson, en realidad no era una ciudad, sino una aldea gigantesca-, pero Wilma Marshall lo conseguía bastante bien. Yo había localizado la casa de su familia: sus padres y dos hermanas vivían apiñados en un apartamento de dos habitaciones en una zona que parecía una madriguera de ratas llena de casas de vecinos, con un aseo en el rellano compartido con otras tres familias. El hogar de los Marshall casi podía ser descrito como una pocilga; sólo le faltaban algunos arreglos para llegar a ese estado. Casi la tercera parte de los hogares de Glasgow podían ser descritos de la misma manera. Era la clase de lugar del que cualquier chica haría lo que fuera por escapar, que engendraba aquella feroz ambición que había impulsado a las generaciones de tíos duros y gánsteres de Glasgow. Y tal vez un par de empresarios.
No me acerqué a la familia Marshall; el riesgo de que acudieran directamente a la policía, si ésta era quien tenía a Wilma, era demasiado grande. Ni siquiera podía vigilar el apartamento: las casas de vecinos de Glasgow rebosaban de vida, humana o no, y había demasiados ojos observando las constantes idas y venidas; mi coche, o incluso, yo mismo, desentonaríamos terriblemente en la calle. [ob. cit. pág. 54]
… Empezaba a oscurecer, de modo que ya no tenía que buscar a otros compradores que me cubrieran. Las calles acechaban tras un denso telón de niebla. La industria de Glasgow, un millón o más de hogueras de carbón y su clima húmedo y pegajoso la ponían en segundo lugar después de Londres respecto a la densidad y la peligrosidad de su smog. Muchos niños habían sido concebidos tras el húmedo telón de la contaminación, mezcla de humo y niebla, de Glasgow, pero muchos más se habían se habían asfixiado en esa mortaja” [ob. cit. pág. 56]
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