domingo, 6 de septiembre de 2009

OTRAS LECTURAS: DESGRACIA


El pasado viernes fui al cine en busca de una película que estaba esperando: Desgracia del director Steve Jacobs. Digo que fui en busca de… porque realmente la estaba esperando. El guión está basado en la novela del mismo nombre del escritor sudafricano J.M. Coetzee, galardonado con el premio Booker en 1999. Cuando leí la novela hace algunos años, 2003 para ser más exactos, me causó una fuerte impresión por la conjunción de varios elementos; por un lado un viejo profesor, ajeno a su profesión, descreído, insatisfecho y sin interés alguno por lo que hace; una hija, lesbiana, que vive en el campo aislada, con la que no había tenido una relación muy estrecha, pero los acontecimientos que le llevan a abandonar su profesión le unen a su hija y los problemas que ésta vive en ese entorno rural y en la Sudáfrica donde se ha superado el apartheid, oficialmente, pero la sociedad carga con ese peso en el momento de la narración.

Con estos elementos S. Jacobs lleva a la pantalla esta historia que conserva de la novela el retrato del profesor David Lurie, interpretado magistralmente por John Malkovich, su hija, menos consistente y los secundarios que completan el reparto. La puesta en escena está muy lograda y los paisajes abiertos, empequeñecen las historias intrincadas y complejas de sus personajes.

Como siempre, desde la experiencia propia les sugiero la novela y la película, el orden lo ponen ustedes si tienen a bien aceptar la sugerencia. Como muestra les dejo algunos párrafos de la obra de Coetzee.

“Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esta institución del saber tan cambiada y, a su juicio, emasculada, está más fuera de lugar que nunca. Claro que, a esos mismos efectos, también lo están otros colegas de los viejos tiempos, lastrados por una educación de todo punto inapropiada para afrontar las tareas que hoy se les exige que desempeñen; son clérigos en una época posterior a la religión.

Como no tiene ningún respeto por las materias que imparte, no causa ninguna impresión en sus alumnos. Cuando les habla, lo miran sin verlo; olvidan su nombre. La indiferencia de todos ellos lo indigna más de lo que estaría dispuesto a reconocer. No obstante, cumple al pie de la letra con sus obligaciones que tiene para con ellos, con sus padres, con el Estado. Mes a mes les encarga trabajos, los recoge, los lee, los devuelve anotados, corrige los errores de puntuación, de ortografía y los usos lingüísticos,…

[…] Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo.

No se le escapa la ironía, a saber, que el que va a enseñar aprende la lección más profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada. Es uno de los rasgos de su profesión que no comenta con Soraya. Duda que exista una ironía capaz de estar a la altura de la que vive ella en la suya.” [págs. 9-10]

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