No sé muy bien por qué comencé la lectura de este libro, “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz, publicado en Mondadori, debolsillo, 2009. La verdad es que se saltó el orden, más o menos formal, pero se lo saltó, repito sin saber cómo. Las referencias del mismo estaban en alguna reseña leída en algún suplemento dedicado a los libros, algún blog y poco más. En general coinciden en valorar muy bien su carácter innovador, el dibujo de sus personajes y el tono humorístico-sarcástico con el que describe algunas de las situaciones que se plantean en la obra.
Tampoco he conseguido tomarle mucho interés a su lectura, no me seduce mucho el ambiente y la familia de dominicanos residentes en Jersey. Es verdad que Óscar, representa a uno de esos adolescentes, un “nerd”, inteligente, lector, apasionado de temas científicos, marginado y/o automarginado, pero que su vida social no marcha bien porque, entre otras cosas, le faltan determinadas habilidades que le impiden relacionarse.
El resto de los personajes, su hermana, su madre se mueven en ese entorno de dominicanos residentes en un barrio marginal en Jersey al que trasladan sus modos de vida y al que vuelven en el relato de sus ascendientes hasta la época del Trujillismo [1930-1961], época en la que Rafael Leónidas Trujillo instauró una dictadura brutal en la República Dominicana, que como muy bien afirma Junot Díaz fue el “Mobutu del Caribe”. Los personajes que aparecen de esta época trujillista son los típicos que viven al socaire de una dictadura, pero no les cuento más, así que les dejo con algunos párrafos y espero que les resulten interesantes.
EL NERD DEL GUETO EN EL FIN DEL MUNDO (1974-1987)
La edad de oro
Nuestro héroe no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas.
Y salvo en una época temprana de su vida, nunca tuvo mucha suerte con las jevas (qué poco dominicano de su parte).
Entonces tenía siete años.
En esos días benditos de su juventud, Óscar, nuestro héroe, era medio Casanova. Era uno de esos niñitos enamoradizos que andan siempre tratando de besar a las niñas, de pegárseles detrás en los merengues y bombearlas con la pelvis; fue el primer negrito que aprendió «el perrito» y lo bailaba a la primera oportunidad. Dado que en esos días él (todavía) era un niño dominicano «normal», criado en una familia dominicana «típica», tanto sus parientes como los amigos de la familia le celebraban sus chulerías incipientes. Durante las fiestas –yen esos años setenta hubo muchas fiestas, antes de que Washington Heights fuera Washington Heights, antes de que el Bergenline se convirtiera en un lugar donde solo se oía español a lo largo de casi cien cuadras– algún pariente borracho inevitablemente hacía que Óscar se le encimara a alguna niña y entonces todos voceaban mientras los niños imitaban con sus caderas el movimiento hipnótico de los adultos.
Tendrías que haberlo visto, dijo su mamá con un suspiro en sus Últimos Días. Era nuestro Porfirio Rubirosa en miniatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario