John Berger en “De A para X, una historia en cartas”; Alfaguara, 2009 nos presenta la historia de Xavier, preso y condenado por terrorismo a dos cadenas perpetuas y A’ida, su novia, que nunca lo pudo visitar en la cárcel. El vehículo es un conjunto de cartas que ella le enviaba. En algunas de ellas Xavier hizo algunas anotaciones que también aparecen.
Esta forma de relato deja al autor como simple emisario para el lector y pone ante sus ojos las cartas de A’ida que traslada a su novio las sensaciones, los aromas, los atardeceres, la evocación de los ratos compartidos en cada una de esas misivas. Cada una de ellas tiene la sencillez de la franqueza con la que cuenta esas cosas cotidianas que pueden parecer insulsas, menores, casi sin importancia, pero las que se echan de menos cuando no se tienen.
El retrato de los personajes me quedo con el de la novia que por amor, no por unos ideales revolucionarios o solo ideales, mantiene viva una relación epistolar que no es contestada, pero ella deja en cada una de las cartas aquellas cosas que han compartido o que le recuerda a Xavier lugares, amistades y geografías propias, como la descripción de los tejados que veían desde el lugar donde se sentaban a contemplar la ciudad. Xavier, condenado a cadena perpetua, dos, por terrorismo queda desdibujado en una descripción directa y sólo lo conocemos por los ojos de A’ida. Queda como una incógnita el por qué de las condenas y si éstas están sujetas a derecho o no. ¿Entiende Berger que esta circunstancia es una cuestión menor en la narración? Creo que le daría más fuerza la injusticia de su detención, pero no se detiene ahí Berger, deja esa circunstancia en el aire y que el lector tome partido sin ese elemento.
Las citas que aparecen al final de cada carta tienen en algunos casos la autoría de Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela o en algún caso citas de Eduardo Galeano, creo que hay alguna más.
Les dejo con algunos párrafos y, espero que les resulte interesante su lectura.
Mi guapo:
Fui a ver a tu madre. Teniendo en cuenta las circunstancias, no está mal. Cuando entras en su casa, todavía tienes la sensación de que la besas directamente en la boca.
La cocina estaba impoluta; las contraventanas del dormitorio entornadas para mantenerlo fresco. Me pidió que le leyera una carta que le había escrito su hermano desde Covas. De joven, dijo, no me importaba tanto ser analfabeta, porque la gente hablaba de las cosas importantes, pero hoy son muchas las cosas que suceden en silencio, y tienes que saber leer para enterarte de lo que se está diciendo.
Le leí la carta en voz alta. Parece que a tu hermano no le va mal en Covas; está haciendo dinero y amigos. Pero probablemente diría lo mismo aunque no fuera así. Pasada una edad, muchos hombres tratan a sus madres como si fueran niñas pequeñas; y en eso se equivocan. Las madres, analfabetas o letradas, pueden con todo.
Tomamos té verde y hablamos de ti.
¿Ha adelgazado mucho?
No lo he visto, madre.
Está bien, seguro. Lo sabría si no, dice.
Se va al dormitorio. Oigo su respiración fatigosa. Vuelve a la cocina con algo envuelto en papel de seda como ciclamen. Me lo da para que lo desenvuelva, y así lo hago, lentamente. Es un anillo de lapislázuli. El lapislázuli […]
¿Brillan más las piedras preciosas de las mujeres mayores que las joyas de otras mujeres? Puede que sí. Las joyas que llevaron de jóvenes retienen el brillo que ellas mismas tuvieron. Como los destellos de ciertas flores inmediatamente después de ponerse el sol.
En la cocina de tu madre, su lapislázuli azul oscuro brilla en la palma de mi mano.
Guárdemelo usted, le digo.
A Xavier le gustaría que te le lo diera hoy, me anuncia.
Han postergado nuestro derecho a casarnos, le recuerdo.
Tomando la sortija, la introduce en el anular de mi mano izquierda. Yo hago un gesto con la mano, como si acariciara la cabeza de un perro.
Y tu madre contiene la respiración, recordando en la calma inmensa de su cuerpo que hace cincuenta años hizo el mismo gesto con el mismo anillo en la mano.
A.
[págs. 61-62]
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