Llevaba tiempo, bastante tiempo buscando una pequeña obra, pequeña por su extensión (140 páginas) de la autora norteamericana Joyce Carol Oates, titulada Del boxeo, ensayo publicado en inglés en 1990 titulado On boxing – with photographs by John Ranard; TusQuets lo publicaría el mismo año en español. Me interesa el boxeo y lo que hay alrededor de él, entre otras cosas cómo lo en o lo han visto escritores que lo han llevado a sus obras. El propio cine es otro ejemplo de la pervivencia del boxeo a pesar de lo denigrado que está como actividad.
Conozco algunas de las cosas que se han escrito sobre el boxeo, lo último que he leído es la obra de Norman Mailer, En la cima del mundo; 451 editores, 2009. Ahora le ha tocado a este ensayo de Oates, que por su dimensión, la agilidad de su texto, lo conciso de sus afirmaciones y lo férreo de su argumentación a un boxeador de la categoría de los ligeros o superligeros, livianos, ágiles, de cintura plástica, reflejos de gato y pegada de martillo pilón. Lo que sueña un aficionado al boxeo ver en un ring.
Que los escritores, los grandes se fijen el boxeo no es nuevo Mailer o Hemingway ver cierta épica en esta actividad y desgranan sus textos en defensa de su práctica y el significado que ha tenido y tienen en diversos contextos y la repercusión social que ha tenido. Lo que llama la atención es que sea una mujer la que escribe, porque no es habitual, sólo por eso y no busquen otras connotaciones. Ella llega al boxeo de la mano de su padre que desde pequeña la llevaba a las veladas donde se enfrentaban los grandes del boxeo. Ese conocimiento es lo que en principio, supongo, le lleva a escribir Del boxeo. Tienen que permitirme confesar que comparto con Joyce ese mismo inicio, de pequeño mi abuelo me llevaba a un bar de cazadores y mi padre a los entrenamientos del gimnasio de Ingenieros en La Cuesta y a las veladas en el Frontón en Santa Cruz y en la plaza de toros. Si algo aprendí, entre otras cosas a disfrutar del boxeo se lo debo a mi padre, en primer lugar, y luego a Ramón Almenara, ex – boxeador, amigo de la familia con el que disfruté y aprendí a ver un combate, asimismo a moverme, siendo un muchacho en ese mundo.
Hoy sigo con cierta regularidad algunas veladas que se celebran en Santa Cruz. No es lo que era, ha perdido aquella magia, pero los tiempos cambian, pero cuando voy al Pancho Camurria me “chirrían” algunas cosas, por ejemplo, el culto a la estética corporal y creo que algunos se ponen de corta para lucir su anatomía y los tatuajes y poco más. Quienes están en las esquinas tampoco tienen claro eso del boxeo.
Como pequeño homenaje a quienes me enseñaron a ver el boxeo les dejo unos párrafos de Oates donde lo que prima del espectáculo no es la violencia.
“El público del boxeo en un vasto escenario como el Madison Square Garden me hace pensar en una ola gigantesca que contiene olas contrarias y contracorrientes, voces aisladas pero fuertes que ofrecen resistencia al movimiento, más fuerte, hacia la violencia exaltada. Estos disidentes se muestran severamente críticos frente a los árbitros que permiten que el combate se prolongue demasiado”. [O.b. cit. pág. 102]
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