Isaac Jacob Blumenfeld, el personaje de “El Pentateuco de Isaac”, Angel Wagenstein; Libros del Asteroide, 2008, con una ironía más o menos fina y mucho humor, afronta su recorrido vital por la primera parte del siglo XX, siglo apasionante pero convulso, y lo hace en centro Europa, allí donde las fronteras han cambiado como las estaciones, donde el Gran Imperio se desmembró en trozos que no lograban recomponer una estructura política estable por la agitación de los nacionalismos que chocaban frontalmente con la revolución que venía del este y las viejas rencillas locales.
Isaac con ese panorama logró atravesar por vicisitudes propias de héroes de cómic. Nació austrohúngaro, luego fue ciudadano polaco, luego soviético y por último austriaco, así que sus señas identitarias referidas al lugar de nacimiento estaban muy difuminadas. Si esto parece poco, además tuvieron con él, con otros muchos también, la gentileza de recluirlo en un campo de trabajo nazi, su condición de judío, ya se sabe, pero también en los campos de trabajo en el “archipiélago”, los soviéticos no le consideraron un buen patriota, ya que estuvo detenido por los nazis.
No, no piensen en heroicidades para explicar la vida de Isaac. Puede que haya sido su simpleza y afrontar la vida con un enfoque más displicente lo que le permitió atravesar la tormenta del siglo XX.
Para intentar acercarles a esta obra les dejo con algunas de sus explicaciones, historietas, chistes con los que intenta explicar desde su óptica de judío los acto de fe de su religión, así como lo que vivió. Que la disfruten si deciden leerla.
Afirmación de Isaac: “Conste que jamás me he interesado por la política, pero la política sí se ha interesado por mí”. Pág. 16
Agradecimiento de Isaac: “¡Gracias, Dios mío, por tan alto honor!, ¿pero no pudiste escoger a algún otro pueblo?”. Pág. 17
Advertencia de Isaac: “Por favor, no busques lógica en mi destino, porque no es que yo empujara los acontecimientos, sino que éstos me empujaron a mí. N he sido la piedra del molino, ni el agua que la hace girar: he sido la harina. Y desconocidos han sido para mí los propósitos del Molinero, santificado sea su nombre por los siglos de los siglos y después del último de los siglos también.” Pág. 17
De su padre, sastre, buen sastre, aunque su especialidad era volver del revés los abrigos. La necesidad obliga, pero cuenta la anécdota del uniforme del dragón: “Cosió un uniforme rojo a un dragón de la Guardia de Su Majestad (yo, particularmente, jamás había visto a ningún dragón en nuestro pueblo). El cliente quedó muy contento al verse en el espejo, pero dijo: “lo único que no entiendo es por qué necesitaste todo un mes para hacer un uniforme normal y corriente, si vuestro Dios judío hizo el mundo en seis días”. A lo cual le contestó mi padre: “Pues, mire usted. Señor oficial, la chapuza que le salió y sin embargo, ¡fíjese en este precioso uniforme!” pág. 28
Claro que la conversión fue para muchos la salvación, la pérdida del estigma, aunque Isaac cuenta sobre el particular: “El judío converso Goldenberg, gran banquero, quien casó a su hija con el heredero del empresario Silberstein, converso también. Muy feliz el banquero comentó: “¡Siempre he soñado con un yerno como éste: un joven cristiano, rico y simpático, de buena familia judía!” pág. 30.
No hay duda sobre: “Y el séptimo día descansó”. Isaac lo reivindica de esta manera: El día festivo es un gran invento de los judíos de antaño. A nadie más se le había ocurrido que podía haber un día a la semana sin trabajo. Con tal ahínco defendieron su invento mis lejanos ancestros, que obligaron a Dios a que abreviara su trabajo a seis días y descansara el séptimo, como buen judío que es”. Pág. 32
Para ese festivo, el Sabbat, y no tocar el dinero también Isaac encuentra la forma de contarlo, y lo hace con este cuento/chiste. Dos judíos de pueblos cercanos discuten cuál de sus rabinos está más en contacto con Dios, y por tanto, tiene más capacidad para hacer milagros.
-Por supuesto que es nuestro, dice el primero. El pasado Sabbat nuestro rabí se encaminó hacia la sinagoga, pero de repente se puso a llover a cántaros. No es que nuestro rabí no tuviera paraguas, pero ya que el sábado no se debe hacer nada: ¿cómo lo iba a abrir? Miró al cielo, Jehová lo entendió enseguida y se hizo el milagro: por un lado la lluvia, por el otro, lluvia, y en el medio, ¡un pasillo seco hasta el propio templo! A ver, ¿qué me dices a todo esto?”.
-Pues escucha lo que te voy a contar: el Sabbat pasado nuestro rabí regresaba a casa después de rezar. En el camino se encontró un billete de cien dólares. ¿Cómo recogerlo, si es un pecado tocar el dinero? Miró al cielo, Jehová se dio cuenta y se hizo el milagro: por un lado, Sabbat, por otro lado, Sabbat, y en el medio, no me lo vas a creer, ¡era jueves! Pág. 33
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