Con cierta pena llegué a la página 728 de Cualquier otro día, Círculo de Lectores, 2011; del escritor Dennis Lehane. Pena porque Cualquier otro día es un retrato detallado de lo que sucede en Boston en un momento crucial de la historia, no solo de la ciudad de Boston, sino de la Humanidad casi. Los últimos estertores de la I Guerra Mundial, el momento previo de la Gran Depresión, el racismo o el temor a lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética son componentes más que destacados para que la obra tenga un interés intrínseco y sea un reto para el autor abordar este entramado.
Lehane con los personajes que dibuja, el policía reivindicativo, los negros Luther y Babe; el primero alguien de la calle, que se mueve en el sustrato más bajo y que da por bueno estar en Boston, llega huyendo, pero en esa ciudad se ahorcan pocos negros; Babe es un negro triunfador, no en el boxeo, más propio en este momento, pero sí en el beisbol. Este triángulo tiene otras conexiones que colocan al lector frente a un friso de personajes y situaciones en las que los intereses, los miedos, la reacción a la famosa epidemia de gripe, o a los bolcheviques, por ejemplo, y el ejercicio del poder con pocos controles y menos escrúpulos nos conducen, casi como espectadores de una proyección de la vida en la ciudad, perfectamente delineada y solo se echan en falta los aromas y pestilencias de la misma.
Puede que las distintas tramas que se organizan den la impresión de un abigarramiento presuntuoso o un intento desmesurado de abarcar distintas historias, aunque es cierto que Lehane logra un equilibrio entre ellas y mantiene el interés del lector sobre todas. No quiero desentrañar su contenido, pero nuestro protagonista blanco, policía y en huelga da mucho juego a lo largo de la obra y su protagonismo nos conduce por momentos estelares en la lectura.
Les dejo con algunos párrafos y espero que si deciden leer Cualquier otro día, les resulte interesante.
Danny observó a Johnny Green acercarse y vio algo en su mirada que no le gustó, algo desconectado. Johnny Green miró al público, miró al ring, miró a Danny pero no vio nada. De hecho, lo miraba todo y a la vez miraba más allá de todo. Era una mirada que Danny ya había visto antes, particularmente en las caras de individuos borrachos como cubas o de víctimas de una violación.
Steve se acercó por detrás y le cogió el codo.
-Mills acaba de decirme que ésta es su tercera pelea en veinticuatro horas.
-¿Cómo? ¿De quién?
-¿De quién? De Green. Anoche tuvo una en el Crown de Somerville, esta mañana ha disputado otra en los apartaderos de Brighton, y ahora aquí lo tienes.
-¿Cuántos asaltos?
-Por lo que sabe Mills, anoche fueron trece como mínimo. Y perdió por KO.
-¿Qué hace aquí, pues?
-El alquiler –contestó Steve-. Dos hijos, una mujer encinta.
-¿Por el puto alquiler?
El público se había puesto en pie: las paredes temblaban, las vigas vibraban. Si el techo salía disparado hacia el cielo, Danny no se sorprendería. Johnny Green accedió al cuadrilátero sin bata. Se detuvo en su rincón y golpeó un guante contra otro, con la mirada fija en algo dentro de su cráneo.
-Ni siquiera sabe donde está –observó Danny.
-Sí, sí que lo sabe –contestó Steve-, y ya viene hacia el centro. [ob. cit. págs. 48-49]
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