En este “supermartes”, para los estadounidenses, mientras los diarios se ocupan de las primarias de ese país; si Obama o Hilary; si es más progresista votar a un negro o a una mujer. Mientras los diarios ocupan espacio en sus primeras ofreciendo imágenes de Sarkozy y Carla y divagando si se han casado o no; si ella ya es francesa o no lo es, las palabras de Sarkozy, que tiene nombre de síndrome, en San Juan de Letrán no tienen desperdicio. Me permito transcribir parte de su discurso:
“En la transmisión de los valores y en el aprendizaje de la diferencia entre el bien y el mal, el maestro no podrá reemplazar nunca al cura o al pastor, aun siendo importante que se les acerque, porque siempre le faltará la radicalidad del sacrificio de su vida y el carisma de un compromiso conducido por la esperanza".
Si este texto fuera de Mariano Rajoy hubiese pasado desapercibido y en todo caso habría llamado la atención porque los fundamentalistas de su partido le habrían pedido algo más, es decir, menos texto y más caña, pero el problema es que viene de quien viene y lo que representa la figura de Sarkozy por su cargo en un país como Francia, cuna de la Revolución y de la Ilustración. La separación Iglesia-Estado ha costado a lo largo de los tiempo mucho esfuerzo y Francia ha sido el modelo que se intentó exportar al resto de países occidentales, pues era el triunfo de la separación clara y definitiva de la iglesia y el estado, sin embargo este modelo no se pudo exportar, entre otras cosas por la política expansionista de Napoleón y a partir de ahí ya se pueden imaginar el acogimiento de las ideas que vieran de Francia. Otro gallo nos habría cantado si Napoleón se hubiese dedicado a la cría de patos, por ejemplo.
Las palabras de Sarkozy son una carga en los pilares de la cultura occidental donde parecía que el modelo francés de laicidad era incombustible, que tenía fisura por la que pudiera entrar el herrumbre de la iglesia y que los servidores de la República lo eran también de esos principios que consagra la Ilustración y materializa la Revolución Francesa. Nada más y nada menos que cuestiona que los valores de la ciudanía no son firmes porque hace falta el carisma de la esperanza y del sacrificio de la vida para darle valor a quienes transmiten los valores de la Ilustración que son los de la racionalidad. Tendría Sarkozy que leer algo para enterarse quienes han dado la vida por esta forma de vida, unos con nombre y otros muchos, muchísimos anónimos que se han sacrificado por defender las ideas recogidas en la Ilustración, para que ahora con su ignorancia y populismo barato le dé más alas al monopolio de la fe que no para en su beligerancia contra los no creyentes.
No debería, pero me voy a permitir hacer una sugerencia a aquellos que como el Sarkozy han perdido las referencias de lo que significa nuestra cultura occidental y es la lectura reposada de un texto de Juan José Sebreli titulado “El olvido de la razón”.
Por cierto el obispo sigue en la calle y me temo que tal y como va la cosa hasta le hagan un monumento.
Si este texto fuera de Mariano Rajoy hubiese pasado desapercibido y en todo caso habría llamado la atención porque los fundamentalistas de su partido le habrían pedido algo más, es decir, menos texto y más caña, pero el problema es que viene de quien viene y lo que representa la figura de Sarkozy por su cargo en un país como Francia, cuna de la Revolución y de la Ilustración. La separación Iglesia-Estado ha costado a lo largo de los tiempo mucho esfuerzo y Francia ha sido el modelo que se intentó exportar al resto de países occidentales, pues era el triunfo de la separación clara y definitiva de la iglesia y el estado, sin embargo este modelo no se pudo exportar, entre otras cosas por la política expansionista de Napoleón y a partir de ahí ya se pueden imaginar el acogimiento de las ideas que vieran de Francia. Otro gallo nos habría cantado si Napoleón se hubiese dedicado a la cría de patos, por ejemplo.
Las palabras de Sarkozy son una carga en los pilares de la cultura occidental donde parecía que el modelo francés de laicidad era incombustible, que tenía fisura por la que pudiera entrar el herrumbre de la iglesia y que los servidores de la República lo eran también de esos principios que consagra la Ilustración y materializa la Revolución Francesa. Nada más y nada menos que cuestiona que los valores de la ciudanía no son firmes porque hace falta el carisma de la esperanza y del sacrificio de la vida para darle valor a quienes transmiten los valores de la Ilustración que son los de la racionalidad. Tendría Sarkozy que leer algo para enterarse quienes han dado la vida por esta forma de vida, unos con nombre y otros muchos, muchísimos anónimos que se han sacrificado por defender las ideas recogidas en la Ilustración, para que ahora con su ignorancia y populismo barato le dé más alas al monopolio de la fe que no para en su beligerancia contra los no creyentes.
No debería, pero me voy a permitir hacer una sugerencia a aquellos que como el Sarkozy han perdido las referencias de lo que significa nuestra cultura occidental y es la lectura reposada de un texto de Juan José Sebreli titulado “El olvido de la razón”.
Por cierto el obispo sigue en la calle y me temo que tal y como va la cosa hasta le hagan un monumento.
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