Le debo a Jonathan Franzen horas de
lectura, unas veces sosegada y otras con cierto desasosiego, incluso, algo más;
asimismo sus dos grandes obras Las correcciones, Seix
Barral/Círculo de Lectores; 2001 y Libertad, Salamandra; 2011 me
llevaron a interesarme por obras en las que las historias que se cuentan tienen
que ver con las familias y las relaciones que en ella se establecen. La
intrahistoria de cada una de ellas y como hay que presentar una cara que dé
respuesta a lo que se espera de ellas en el entorno en el viven y las
realidades que se viven de puertas adentro. Por auténtica pereza no he
comentado las obras citadas, aunque Las correcciones ya hace algunos años que
la leí.
Más afuera, Salamandra, 2012 es una
recopilación de textos de no ficción que se reparten entre ensayos, artículos,
alguna reseña y también algún discurso como el que abre el texto. La unidad del
conjunto es la no ficción y en ellos podemos encontrar algunos que pueden tener
más interés por el tipo de relato, a mi me gustó especialmente el que da título
a la obra y hace referencia a su viaje, solo, después de la campaña de
promoción de su última novela: Libertad, que se esperaba y creo que no defraudó.
Realmente Masafuera es como llaman
los lugareños a una isla remota en el Pacífico sur a unos ochocientos
kilómetros de franja costera de Chile. Alexander Selkirk, es el nombre que le
pusieron los funcionarios chilenos en la década de los sesenta del siglo pasado
y que pensaban que podía ser un destino turístico, para aquellos que busquen
una aventura tipo Robinson Crusoe.
De ese relato, las peripecias para
llegar, montar su campamento y andar en medio de una tormenta en busca de un
determinado tipo de pájaro (tiene mucho interés por la ornitología) me quedo
con las palabras que le dedica a su amigo David Foster Wallace, del que lleva
sus cenizas para esparcir en Masafuera. Les dejo con algunos párrafos de esa
parte y les recomiendo su lectura, aunque para mi tiene altibajos por ser una
recopilación muy variada. Espero que lo disfruten
“Era querible como lo es un niño, y capaz de
devolver el amor con una pureza infantil. Si a pesar de eso el amor está
excluido de su obra, es porque nunca se sintió merecedor de recibirlo. Fue un
prisionero a perpetuidad en la isla de sí mismo. Lo que de lejos parecían
suaves contornos eran en realidad acantilados costados a pico. A veces sólo una
pequeña parte de él estaba loca, a veces casi todo él, pero como adulto, nunca
estuvo del todo loco. Lo que había visto de su Ello mientras intentaba fugarse
de la prisión mediante su isla mediante las drogas y el alcohol, sólo para
verse más apresado por la adicción, al parecer nunca dejó de socavar su fe en
su queribilidad. Incluso después de desintoxicarse, incluso décadas más tarde
de su intento de suicidio a finales de la adolescencia, incluso tras su lenta y
heroica construcción de una vida para sí mismo, se sentía indigno. Y a la larga
ese sentimiento se entrelazó, al punto de ser indistinguibles, con la idea del
suicidio, la única escapatoria segura de su prisión; más segura que la adicción,
más segura que la ficción, más segura, al final, que el amor.” [Ob.
Cit. pág. 50]
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