sábado, 15 de mayo de 2010

LECTURAS: CÓCTEL DE… CUENTOS

Confieso que lo he probado en más de una ocasión y de todas las veces en las que lo he saboreado guardo un buen recuerdo. La combinación puede variar, tanto en cantidad como en la variedad de los componentes, incluso es aconsejable en casi todos los casos, mejor en todos, tomar los distintos elementos por separado.

En esta ocasión tiene, a partes iguales, cuentos de Joyce Carol Oates, Rodolfo Walsh y Fogwill. No, no es explosivo aunque lo pueda parecer y combinan muy bien, sólo es acertar con la proporción, que depende, claro, de los gustos del lector. Por supuesto que se pueden y deben, incluso, dar otras combinaciones de manera que nuestro paladar lector saboree las distintas posibilidades que dan, el cuento solo o en el cóctel que nos preparemos.

Un primer sorbo en el que se incluye Reflexiones, de Fogwill, un cuento de 1977 que empieza así: “Cuando un imbécil se ha vuelto prescindible para sí, íntimamente se sabe prescindible para los otros. Esto se aprende en las salas de terapia intensiva, los tiroteos, los naufragios y en ningún otro lugar del mundo, creo. Hace tanto tiempo me supe prescindible que ni lo recordaba y esta reflexión sobre la memoria me ayuda a prescindir de vos y de tus efectos sobre mí, que siempre imaginábamos no eran sino los efectos que producía sobre vos”

Ahora para añadir grados a este brebaje de emociones yo recomendaría Infiel, cuento de Joyce Carol Oates con una carga emotiva muy grande, muy dolorosa, tremendamente dolorosa diría yo. Infiel comienza así: “La última vez que mi madre. Cornelia Nissenbaum, y su hermana Constance vieron a su madre fue el día antes de que desapareciera de sus vidas para siempre, el 11 de abril de 1923. Era una mañana lluviosa y neblinosa. Buscaban a su madre porque había un problema en su casa; no había bajado a preparar el desayuno, así que no había nada para ellas salvo lo que les dio su padre: harina de avena glutinosa de la mañana anterior recalentada a toda prisa en la cocina, pegada al fondo de la cazuela y con sabor a quemado. Su padre les pareció extraño, sonriendo pero sin verlas, como solía hacer, igual que el reverendo Dieckman, con demasiada intensidad en su púlpito los domingos por la mañana, salmodiando la palabra de Dios”.

Y para terminar la intriga de los cuentos policiales de Walsh. En Asesinato a distancia Walsh arranca de forma espectacular: “En la espalda gris del mar perduraban los últimos reflejos de la tarde. Las olas corrían veloces hacia la playa, como una jauría de lebreles blanco. Y en el silencio cargado de vaho salino, la voz de Silverio Funes parecía más opaca y fatigada que nunca.

Ha pasado un año, pero aún no puedo creerlo.

Las palabras quedaron flotando en el ambiente, impregnándolo de extrañeza. Daniel Hernández se revolvió incómodo en su silla de cañas. A su lado divisaba vagamente la silueta taciturna de Silverio. El cigarrillo, minúsculo corazón de pausado latir, le encendía a intervalos regulares las facciones reposadas y melancólicas. Daniel lo notaba envejecido”.

Pues, esta es mi recomendación, que la disfruten.

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